Conté hace unos días lo que traté de hacer el 28 de diciembre. También conté algo de lo que sí llegué a hacer. Digo algo porque sucedieron muchas más cosas, y algunas de ellas ciertamente desconcertantes. Las narraré y además completaré el relato con lo que supongo que pudo pasar.
La historia comienza donde casi acababa la otra entrada. Ahí decía: "Luego vino la farra y un funeral adecuado para las aves, y así Donosti
se quedó sin su inocentada, y yo no pasé una noche en los calabozos"
La farra fue con una pareja encantadora en un bar de Donosti que mis acerrimos ya conocen, y cuyo nombre me ahorrarré. Fueron unos tragos, unos bailes, algunas canciones y muchas risas, hasta las 2:30 de la madrugada. Yo a esa hora ya no me voy a casa. Mis amigos se fueron, y yo directito a ese bar que cierra tarde, oscuro, que pone funky-soul, y que siempre está petao a esas horas. Por el camino, paranoico de mis llaves, cartera y móvil, la cocacola me pone muy nervioso. Estaba todo.
Entro y el ambiente está encendido. Mucha gente, mucho roce. Buena música. Muchos tíos, pocas tías. Bailoteo y tal, charlo con un francés. Siempre hay muchos. Habla perfectamente español, y es majo. Risas y tal. Está en cuadrilla. Su amigo, otro "gabacho de mierda" como se autodenominaba de coña, insiste en invitarme a pacharán. No me gusta, pero no le hago el feo y tomo unos sorbos. Más bailes y risas. Los gabachos quieren pillar con "filles" y se mezclan y retornan alternativamente a nuestra charla, al ritmo de los fracasos. En un momento me encuentro bailando frente a un chico joven alto y delgado. Me sonríe y luego me da un morreo inesperado. Demasiado pedo para hacer la cobra. Sige bailando y sonriéndome. Al segundo morreo con sobetero de culo me retiro lentamente, indicándole que no es mi género, con algunas dudas.
Más bailoteo y charla eusko-francesa. La cuadrila del pacharán acusa el abuso del alcohol, la decepción y la madrugada. Se piran y yo también.
En la puerta siempre se charla un rato, algunos fuman, otros rezongan, y muchos mendigan "amor".
Yo busco las llaves de mi moto. No están. En ningún bolsillo están. Ni en mi bolsa ni en ninguna parte. Maldigo el momento en que las colgué en aquel llavero que no suena al caer. Y aquí viene la paranoia.
¿Y si me las robaron en el sobeteo? ¿Y si no era un gay tratando de pillar sino un secreta? ¿Y si tengo intervenido el teléfono? No sería tan extraño... ¿Y si llevaban dos días escuchado lo que iba a hacer con los pollos? ¿Y si interpretaron otra cosa? ¿Y si me quitaron las llaves y abrieron el maletero de mi moto para ver qué había en realidad? ¿Y si luego frustrados por encontrar solo las aves me arrancaron el retrovisor que apareció en el suelo y la cúpula del manillar?
¿Y si fabulo demasiado?
O soy demasiado confiado. O hablo con demasiada libertad.
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