Cerca de la tumba de Immanuel Kant, en Kaliningrado, se encuentra una placa con la siguiente inscripción en alemán y ruso, tomada de la «Conclusión» de Crítica de la razón práctica: «Dos cosas me llenan la mente con renovado y acrecentado asombro, por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Llama la atención que el autor, en un libro donde trataba de sentar las bases para aplicar una filosofía moral a la vida práctica, citase un aspecto tan poco práctico como su asombro ante el cielo nocturno.
Ciertamente, si no has sentido un estremecimiento reverencial al observar una noche el firmamento estrellado... es que no lo has observado lo suficiente. Una negrura que se presume infinita, y una miriada de puntos luminosos. El cosmos que podemos ver. Espacio y objetos. La perfecta definición para todo lo que existe...¡Espera! ¿Espacio? ¿Cómo podemos percibir el espacio? ¿Cómo podemos percibir algo que por definición no existe?
Ciertamente, si no has sentido un estremecimiento reverencial al observar una noche el firmamento estrellado... es que no lo has observado lo suficiente. Una negrura que se presume infinita, y una miriada de puntos luminosos. El cosmos que podemos ver. Espacio y objetos. La perfecta definición para todo lo que existe...¡Espera! ¿Espacio? ¿Cómo podemos percibir el espacio? ¿Cómo podemos percibir algo que por definición no existe?
Creo que la respuesta está en que no percibimos nada. El asombro y el estremecimiento Kantiano, que es el mío también, derivan de comprender que, a pesar de ser capaces de elaborar conceptos, nos rodea una nada inconcebible. Que nuestra percepción se suspende en ese espacio y que, pudiendo no haber sido, somos. A mí, sentir eso, me basta para llenarme de alegría.