martes, 10 de marzo de 2009

Una historia muy triste

Hay gente que no comprende que uno pueda tener un lado cómico o bufón y otro serio y trascendente. O que pueda escribir comedia y drama.
A menudo se dice: -Ese es un tío muy serio.- O por el contrario: -Ese es un chalao, siempre haciendo bromas- como si no se pudiese ser las dos cosas a la vez.
Y también es un peligro mostrarse así, porque la gente tiende a pensar que eres un desequilibrado y te rehuyen. Dejando para otro momento el debate sobre si se puede estar equilibrado y crear algo mínimamente artístico... o tan siquiera crear... yo me siento modestamente equilibrado, en mis incontables visitas al médico aún no me han derivado a salud mental, y puedo crear obras patéticamente tristes, lo mismo que bufonadas, siempre en la medida del alcance de mi talento, claro.
Esta introducción sirve para que no penséis que estoy al borde del suicidio por lo que voy a colgar a continuación, ya que es la historia más triste que he escrito en mi vida. No me representa a mí, ni cuenta ninguna situación que conozca directamente, y me la propuse, hace ya tiempo, como ejercicio de dramón terrible.

Como es larga muchos no la leerán, pero advierto a los depresivos de que, si lo van a hacer, la tomen con las debidas precauciones...




La soledad es ese perro que aúlla en la ventana del patio de una casa en alquiler que nunca será tuya, mientras te tomas un café soluble en la cocina. Mientras se te hace tarde. Porque tienes que salir a buscar al niño y ya es tarde. Y sabes que ahí fuera hace un frío que pela, un frío que corta la piel, que te seca la piel entorno a la nariz y en ese bulto de la oreja que está sobre el lóbulo, al que nadie se ha molestado en poner nombre. Ese bulto que te estás frotando con el pulgar y que ya no sientes, que no reconoces como tuyo porque está áspero como papel de lija. Y vuelves al café y el calor del vaso te conforta, pero el sabor no; sabe metálico, a moneda, a cristal roto. Y te prometes que el siguiente será un buen café expres de cafetería, aunque sea caro. Aunque haya subido un sesenta por ciento en un año y ya sólo te puedas tomar uno al día. Y tiras el resto del café soluble por la fregadera y te pones el abrigo porque ya es tarde, y al meter la mano en el bolsillo para buscarlas, las llaves se cuelan hasta el forro por un agujero. Eso es la tristeza: un agujero en el bolsillo de un abrigo raído. Un agujero que se ha ido haciendo grande, por el que se cuela todo hasta lo más profundo.

En el ascensor el espejo te observa, te devuelve tu imagen implacablemente mientras desciendes; mientras te hundes suavemente. Y desvías la mirada. Y desearías que siguiera descendiendo. Que no se detuviese jamás... Pero se detiene bruscamente. Abre las puertas y te expulsa.
En la calle el frío ha cedido ante la llovizna y caes en la cuenta de que no has cogido el paraguas. Pero es un poco tarde. No vas a subir. Si subes se haría muy tarde. Vas a caminar pegada a las paredes; al amparo de las cornisas. Las luces de los escaparates te calentarán y la lluvia sólo te mojará un lado cada vez. Perlará tu hombro derecho, la solapa del abrigo y quizás tu frente y tu nariz, y cuando cambies de acera mojará el izquierdo, su solapa, quizás el faldón de ese lado, y llegarás mojada a medias; no calada.
¿Y el niño? ¿Llevó el impermeable? El paraguas no, seguro. Pero, ¿llevó el abrigo o el impermeable... ? No importa; caminaremos bajo las cornisas. Será como un juego.
Y continúas caminando pero no logras ir deprisa; tu ritmo se va ralentizando. Te sientes extraña, etérea. Te cuesta empujar el suelo hacia atrás. Como si cada paso te impulsase hacia arriba; como si la gravedad se hubiese debilitado y la amenaza fuese quedarse flotando entre dos aguas, sin la posibilidad de avanzar, sin unas aletas que te permitiesen moverte en esa atmósfera líquida. Y crees estar a punto de dar un paso en el aire pero desvías la mirada hacia el escaparate de tu izquierda y observas tu reflejo. Te observas caminando. Tus pies tocan el suelo. Los ves flexionarse y estirarse rítmicamente. Y vuelves a sentir tu peso. Y el suelo vuelve a escapar hacia atrás ... y estás salvada.

Has conseguido llegar hasta la esquina y cuando la dobles estarás más cerca. Porque debes doblarla, de eso estás segura; seguro que debes doblarla, pero te vas frenando. ¿Doblarla hacia donde?... y te detienes. Miras a un lado, miras al otro... debes seguir; se está haciendo tarde... y ya estás muy cerca. Pero cerca ¿de qué? La calle de la izquierda te resulta levemente familiar. Y la cruz luminosa de una farmacia te atrae, te guía, así que reanudas la marcha. Tu indecisión te ha mantenido a la intemperie, la lluvia a empapado tu pelo y ahora desciende mansa por tu cara. Vuelves al abrigo de las cornisas. El suelo refulge intermitente bajo la luz esmeralda de la farmacia y temes pisarlo, como si abriese el pozo de los sueños, como si pudiera transportarte a una pesadilla, así que vuelves a la intemperie para rodearlo. Y sigues caminando... debe ser tarde pero ya estás cerca. Alzas la vista y distingues, allí al fondo, la mole del colegio. Ya se escuchan los gritos de los niños.
Y entonces el dolor y el recuerdo se abren paso desde algún lugar recóndito, como surgiendo de un pozo, y recuerdas. Recuerdas a regañadientes. Las imágenes se suceden en tropel y el dolor lacera tus sienes. El dolor es un latido que borra la realidad. Es una atmósfera roja y líquida. Y ya no hay calle, ni lluvia, ni tiempo. Ya nunca será tarde...

...porque él se fue. Se fue hace tiempo y te dejó suspendida en este limbo de lluvia y frió. En esta acera interminable de plomo mojado. Los pies no sirven y las manos no encuentran asidero. El agujero es inabarcable. La soledad aúlla en algún patio cercano.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Kanif... muy bien, has conseguido ponerme triste. Ahora te toca ponerme feliz. Ánimo!

jose.etxeberria dijo...

Pues tengo un borrador supercachondo... pero tendréis que esperar jajaaja ja
Voy a deprimir un poco al personal y luego los reanimo.

MiKeL dijo...

Eso, eso, primero un zarpazo y después nos lames las heridas. Me ha gustado, Kanif, tienes que escribir más.

Necio Hutopo dijo...

Dos cosas... O tres...

Más que trsite, es para cortarse la venas con una galleta salada... Dada que era su intención, mis felicitaciones.

Escribir es un buen ejercicio... Saber variar es mejor aún.

Eso sí, a propósito del comentario que me antecede...Yo a usted mejor no le dejo que me lama nada, que luego se le puede hacer costumbre...

Anónimo dijo...

Eso, eso, escribe más historias, hombre.