Al mar le trae sin cuidado la racionalidad del edificio. O que tras él vigile el ayuntamiento, con su porte señorial. El mar reclama el espacio que fue suyo. Sus brazos remontan los muros, sus puños golpean furiosos.
La chalupas lo saben; lo conocen y lo respetan. Se dejan mecer; dormitan hasta que cese la furia.
Déjalo solo... déjalo tranquilo, susurra el puerto. Siempre se le pasa. Siempre se calma.
Él es así.
Nunca te ha amado; nunca te ha odiado. Sólo te recuerda que el mortal eres tú.
Aquí había un vídeo que ilustraba la poesía, pero lo he quitado porque daba problemas.
2 comentarios:
Al mar, ya se sabe, poco le importamos. Él se mece en su inmesidad y cuando se enfurece no sabe ni se fija ni le interesa lo que se lleva por delante.
Pero así, furioso y temible, es hermoso.
Besos
Un mar enfurecido?
No lo creo... Al mar le importamos tan poco que nisiquiera se toma la molestia de enfurecerse... Sólo es que, de vez en cuando, se despierta
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