Entrevista con el centauro.
Pensé que tras la actuación tomaríamos unas copas, yo le contaría algo intelectual y estimulante que contrastaría con la zafiedad del espectáculo, ella posaría en mí su mirada de gacela, yo continuaría con los clásicos, desplegaría a Dionisos y Afrodita, a Pan y Adonis, y el hechizo de Orfeo nos conduciría a Arcadia para degustar las mieles de Eros.
Los saltimbanquis chinos con genes de mono eran capaces de acrobacias increíbles, saltos y piruetas que ningún ser humano había realizado antes; aunque claro, técnicamente no eran humanos, así que no cabía tal comparación. Además tenían el gesto huidizo y una mirada melancólica, como de mono atrapado en cuerpo de chino, que movía a la compasión... por no hablar de su manera de lanzarse sobre los cacahuetes con que los premiaban. Daban la impresión de ser esclavos. Yo me preguntaba si los entrenarían a latigazos. Denigrante para el mono y para el chino.
Lo de la sirena, mujer mutante con cola de pez, se me antojó simplón y obsceno. Parecía una mala película. La triste ensoñación de un empresario sin escrúpulos. Y sus pechos desnudos, que evidentemente ejercían de reclamo sexual, los habían diseñado enormes a propósito. Rompían toda su línea hidrodinámica. Y lo del sireno con aquel pene lánguido surgiendo entre las escamas de su cola resultaba patético. Agradecí enormemente que no les hiciesen copular en público.
Cuando anunciaron al hombre cocodrilo yo ya estaba pensando en marcharme; si seguía allí era por Marta. Al cabo de unos minutos dejé de mirar a la pista y ya sólo observaba su perfil hermosísimo, recortándose suavemente contra el fondo en penumbra de la carpa: su frente despejada, su nariz nítida y armoniosa, sus labios brillantes, y la suave curva de su barbilla que continuaba en un cuello largo y terso... ¡Y más abajo la lujuria!
Tan ensimismado estaba que ni siquiera escuché el anuncio de la siguiente actuación. Sólo cuando Marta me dio un codazo y exclamó:–¡Mira! ¡ Tienes que ver esto!– volví la cabeza hacia la pista y parpadeé confuso unos segundos mientras mi mandíbula se descolgaba. Allí estaba, surgido del mito, como en una ensoñación, ocupando majestuoso el centro de la arena: ¡Un centauro!
Cayeron sobre mí la Odisea, la Ilíada y los frisos del Partenón. ¡Dioses, qué visión! Ese torso musculoso y broncíneo fundiéndose con el pelaje castaño oscuro de la bestia. Sus hombros robustos y sus cuartos traseros reluciendo como metal bruñido bajo los focos. Su gesto altivo, su cabeza regia, perfil griego y rizos alborotados. Caminaba lentamente por la pista y sus cascos levantaban un rumor leve, como de lejanas galopadas.., cada giro revelaba un nuevo detalle de su anatomía, sumiéndome en el éxtasis más absoluto. En una mano portaba un arco y a su espalda colgaba un carcaj con flechas. Se detuvo en un extremo de la pista y extendió al frente el brazo con el arco. Llevó con delicadeza su mano a la espalda, tomó una flecha y la encordó con suavidad y maestría. Mantuvo esa posición unos instantes. Sus músculos relajados exudaban potencia. Comenzó lentamente a tensar el arco. Leves crujidos de madera y cuero acompañaron el movimiento. Un millar de líneas y relieves cruzaron su anatomía, hasta que fijó la posición, con la cuerda rozando su rostro apolíneo. Convertido en una estatua, tenso, marmóreo, esperó una eternidad para que soñásemos con Arcadia y el bosque de Élide, y abrió sus dedos despertándonos bruscamente.
La flecha partió hacia un objetivo invisible y aunque luego unos focos nos la mostraron clavada en el centro de una diana, realmente me alcanzó a mí, traspasándome el pecho. Desde entonces me oprime el lado izquierdo y no puedo leer a Virgilio sin llorar.
Marta, a mi lado, sonreía pícaramente. Evidentemente me había tendido una emboscada. Conocía perfectamente mi fascinación por la mitología clásica y sabía que aquella visión me conmovería. Lo que no suponía es hasta qué punto lo hizo. ¡El centauro Quirón ante mí en carne y hueso...! Cuando pude volver a respirar y mi cerebro se oxigenó, supe que tenía que hacerle una entrevista.
Salimos del circo y Marta me llevó de la mano, como una niña que arrastra un globo, hasta un pub cercano. Yo continuaba galopando por Tesalia y saludaba a Hera mutada en Nefole.
Fui volviendo a la realidad poco a poco, merced a la incomodidad de la banqueta, el humo irritante y el amargor de la cerveza.
Tras la emboscada, Marta procedió al ataque: defendió con ardor los avances en ingeniería genética que posibilitaban espectáculos como aquel, y aún más los que aliviarían nuestras enfermedades, sabedora de que yo me encontraba debilitado y no me atrevería a replicar. ¡Cómo hacerlo si aquellas prácticas habían dado vida a Quirón!
Me hizo saber que conocía al científico que había liderado el proyecto del centauro, que había seguido su desarrollo e incluso había podido hablar con él. Añadió que su inteligencia era normal y había sido educado para desenvolverse en la vida. Me dijo nosequé de técnicas de crecimiento aceleradas, de biología combinada... pero yo en ese momento ya sólo pensaba en entrevistarme con él; en conocerlo personalmente.
No resultó fácil. Quirón parecía ser un centauro reservado. Con la intermediación de Marta y su amigo el científico, que le pusieron al corriente de mi fascinación por la mitología y mi absoluta seriedad y discreción, logré al fin que me recibiera, no ya para entrevistarlo, sino como un primer contacto para conocemos.
Vivía en el campamento del circo, en una elegante caravana forrada de madera que semejaba un vivienda alpina. Cuando llegué me esperaba en el porche, elevado del suelo un par de escalones, y vestía camisa y chaqueta sobre su parte humana. Una singular visión doméstica aunque igualmente impresionante. Me presenté, me saludó y me invitó a pasar. Así escuché por primera vez su voz. Sonaba grave y sobrecogedora, con un trasfondo animal.
El interior de su vivienda era sobrio y espacioso y las paredes estaban cubiertas de estantes con libros. En un extremo, bajo un amplio ventanal, había una mesa y una sola silla. Me invitó a sentarme y añadió que él no usaba sillas, dada su anatomía. Me ofreció café, acepté, y se dirigió al otro extremo de la sala. Sus cascos resonaban hipnóticamente en el suelo. La visión de su cola azabache y sus lustrosos cuartos traseros a aquella breve distancia me cortó el aliento. Agradecí que volviera con la bandeja presentando su parte más humana. Me consultó sobre mi forma de tomar el café, amablemente me sirvió, él hizo lo propio y añadió: –Bueno, tengo entendido que quería conocerme, incluso entrevistarme... ¿Qué le gustaría saber sobre mí?
Aquella pregunta tan directa me descolocó un poco. Eché mano de lo que veía a mi alrededor y comenté: –Bueno, he visto que tiene muchísimos libros ¿Le gusta mucho la lectura?– Incluso antes de acabar la frase ya me sentía como un idiota. Él percibió mi nerviosismo y respondió con cortesía: –Sí, por supuesto, los científicos me inculcaron el hábito de la lectura, y también debo agradecerles que me dotaran de un cerebro, llamémosle, intelectualmente humano, que me permite disfrutar con ella. Los centauros de Tesalia, en cambio, eran unan bestias sin escrúpulos...
–¡Ha leído a los clásicos...!– interrumpí emocionado.
–Por supuesto; uno debe conocer sus orígenes.
Yo le miré perplejo. Él añadió socarronamente: –Se trata de una broma... Soy perfectamente consciente de que fui creado en un laboratorio.
Volvió a dejarme descolocado. Me facilitó las cosas añadiendo: – Sepa que no me avergüenzo de mi condición. Estoy agradecido a los científicos que me crearon. De no ser por ellos... bueno, simplemente no existiría…Quizás hubiera deseado ser menos llamativo– dijo sonriendo —pero ya ve, cada uno es como es.
–¡Usted es portentoso!– tercié presa de la emoción y luego añadí un poco avergonzado: –Quiero decir que parece estar en una forma excelente. ¿Hace ejercicio habitualmente?
–Sí, los científicos me lo recomendaron. Parece que le conviene a mi parte animal... y además intento dar la imagen que, se supone, debería tener un Centauro. No me gustaría decepcionar a los espectadores del circo.
–Hablando del circo, ¿Cómo es que acabó trabajando aquí?– Al instante me di cuenta de mi grosería. —Quiero decir, una persona de su... perdone, un ser con su... discúlpeme, trataba de... – Pudo haberme expulsado a coces de la caravana y sin embargo me interrumpió cortésmente:
–No se preocupe, le entiendo; pero, ¿se imagina a un centauro trabajando en una oficina?, ¿o sirviendo copas en un bar, o en la cocina de un restaurante? Desde luego, como busto parlante de los informativos podía ser,– añadió con una sonrisa– pero no me interesa demasiado el periodismo.
Tocado y hundido. Tras unos segundos de incómodo silencio añadió: –En el circo me pagan bien... ¡Soy la estrella de la función!– dijo con soma. –Además viajo gratis; estoy conociendo mundo... y mi número no es muy largo; dispongo de mucho tiempo libre. Y, entre usted y yo…– y se incorporó mientras me hacía gestos de aproximación con una manaza digna de Heracles. A punto estuve de desmayarme... —no pienso estar haciendo esto toda mi vida.–
Yo respiré aliviado y con una sonrisa estúpida dije: –Claro, claro. Lo supongo.
Me despidió con la promesa de otro encuentro en fechas cercanas y yo se lo agradecí sinceramente. Al abandonar su vivienda mi tensión se fue relajando, pero la opresión en mi pecho no desapareció y las brumas del mito volvieron a instalarse en mi cabeza, mientras me alejaba.
Si has llegado hasta aquí enhorabuena y gracias. En la siguiente entrega, que será también la de su conclusión, prometo sexo y quién sabe si bestialismo...
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