viernes, 29 de febrero de 2008

Le grand refusé 2 (Sí, lo del centauro)

Entrevista con el centauro
Segunda parte y conclusión


Tras la charla con Quirón llamé a Marta. Comencé a contarle atropelladamente mis impresiones, presa aún de la excitación, y ella me emplazó para un encuentro en un pub, donde pudiésemos charlar con calma. Aquello parecía una cita. Precisamente ahora que mi interés no iba dirigido a ella sino al centauro. Una incómoda sensación de pudor y traición se apoderó de mí y me acompañó hasta el día del encuentro.
Llegué temprano al pub, y como la sensación no me abandonaba, intenté mitigarla con una pinta de Guinness. Con la segunda mi pudor se esfumó y la traición voló con Apolo rumbo a Hiperbórea. En esto llegó Marta que, envuelta en un vaporoso vestido de verano, se me antojó una ninfa sirviente de Artemisa. Su pelo sujeto en la nuca dotaba a su rostro de una belleza helenística y el cordón que ceñía el vestido bajo sus pechos hubiera hecho llorar a un sátiro. Me saludó alegremente, le correspondí como pude y comentó desenfadadamente:
–¡Vaya, veo que ya te has puesto a tono! Has comenzado el simposio sin mí, ¿eh?
­–Bueno, verás, es que estaba un poco nervioso... Quirón me ha impresionado mucho...
–Ya, lo comprendo. Es que Quirón es impresionante.
–Impresionante es poco- tercié. —Es soberbio, glorioso.., y encima es tan amable...
–Sí, es que lo educaron muy bien.., por no hablar de su dotación genética, claro...– y Marta se inclinó hacia mí para susurrarme, –su parte humana tiene genes de una prestigiosa pareja de científicos.
Aquella inclinación me proporcionó una hermosísima visión de su escote e intentando prolongarla pregunte: –¿Y la parte animal?
–La parte animal tiene la dotación de un semental español. Me refiero a un caballo de raza española...— y sonrió pícaramente cuando se retiraba —y a su dotación genética, claro.
Se giró hacia la barra y llamó al camarero, y yo lo agradecí, pues mi particular dotación se estaba haciendo patente, y cuando ella pidió vino del año fresco, yo pedí lo mismo, por ver si se aliviaba mi sofoco.
Y allí nos mantuvimos un rato, trasegando vino fresco y charlando sobre Quirón, pero al poco fui quitándomelo de la cabeza y su lugar pasó a ocuparlo la rubia ninfa que tenía ante mis ojos. Y no sé si Marta me encontró más vulnerable, más metrosexual, o fue su victoria sobre mi férrea oposición a los mutantes, o el verano, o el vino, o la luna, pero me sacó de aquel lugar y de nuevo me remolcó flotando hacia regiones ignotas. Me mostró palacios donde libaba Dionisos, templos recónditos que yo desconocía; me enseñó manantiales donde nadaban ondinas, bosques donde sonaban flautas y trotaban faunos, y constelaciones de Uranias, sus hermanas del cielo. Y al descender me mostró un lecho rodeado de hiedras y pámpanos, y un río cantando entre la arboleda, y una silueta pálida en la umbría, y suaves colinas y valles y grutas donde percibí la humedad del musgo; y el tacto sedoso de la piel de Dafne, donde fui Apolo, Adonis, Ulises regresando a Ítaca, y me volví loco como Nesso y Folo, cabalgué furioso y cantó Afrodita, y regué los campos, sembré manantiales, tapicé florestas y escuché susurros, que me apaciguaron, de Hestia, Artemisa y las ninfas Nereidas.
Cuando desperté no había hiedras, ni bosque, no sonaban flautas ni trotaban faunos. Me encontraba en la cama del apartamento de Marta, y lo único que quedaba de aquella ensoñación era su cuerpo que realmente semejaba el de una diosa. Lo estuve observando un rato, la luz del amanecer se filtraba por la persiana ascendiendo sus tersos relieves, hasta que un pensamiento cruzó mi mente. Busqué desesperadamente un reloj, lo hallé en una mesilla, consulté la hora y certifiqué mis sospechas: llegaba tarde. En mi agitación desperté a Marta que susurró algo indefinible, le expliqué someramente mi problema, tomé mi ropa y tropezando y maldiciendo abandoné el apartamento.


Quizás influyese mi torpeza al llegar tarde, quizás no lo supe plantear bien, quizás mi jefe tuviera razón y una entrevista con un centauro, en estos momentos ya no interesase a nadie, el caso es que rechazó mi propuesta. Abandoné su despacho decepcionado, preguntándome si no me había dejado arrastrar por mi fascinación personal. En cuanto me repuse llamé a Marta para disculparme por la huída tan precipitada de su apartamento. No se lo había tomado a mal; comentó divertida que aquella noche había vislumbrado muchas posturas de acercamiento a los clásicos aunque esperaba comprenderlos más en profundidad y, cuando mi espíritu se elevaba de nuevo a las cimas del Olimpo, añadió una sorpresa que lo sepultó en el Hades: Quirón la había llamado y proponía un nuevo encuentro conmigo para una entrevista periodística. ¡Por lo visto le había causado buena impresión! Una marea de dudas sacudió mis sienes. Balbuceé una respuesta afirmativa, añadí unas banalidades de compromiso y, rogando que ella no hubiera percibido mi estupor, colgué.
Las dudas cristalizaron en un sinfin de reflexiones: La llamaba a ella. ¿Fui tan torpe de no darle mi teléfono? Y precisamente ahora que han rechazado mi propuesta de entrevista... ¿No será que yo le atraigo y siente pudor al dirigirse directamente a mí?. Si así fuera... si realmente me desease… como yo le deseo...¡Oh Dioses! Con Marta ha sido fantástico… pero esa animalidad de Quirón... esa materialización del mito...
Sea como fuera se instaló en mí un desasosiego que intuí sólo desaparecería al entrevistarme con Quirón. Decidí ocultarle la verdad y realizar la entrevista como si realmente fuera a publicarse. Me sentía mezquino pero no podía desperdiciar aquella oportunidad para volver a verle. También me sentía despreciable, pues pensaba incluir preguntas que sirviesen para despejar mis dudas mas íntimas... Aquellos días de espera fueron un ir y venir de los clásicos a la cafeterías, de libaciones nocturnas y brumas mañaneras, de torpezas, disculpas, ansiedades y vicios solitarios. Tanto que incluso olvidé llamar a Marta.


Llegó el día, llegó la hora, llegué hasta su caravana y lo encontré de nuevo esperándome en el porche. Su imponente presencia volvió a impresionarme. Agradecí enormemente que su camisa y chaqueta mitigasen, en parte, el impacto visual. Sonrió al verme llegar y me saludó informalmente. Me tomó del hombro y me invitó a pasar. El contacto de su mano me estremeció hasta la médula. Me ofreció asiento y café, acepté, y de nuevo sus cascos, su cola, su porte, sus cuartos traseros.., y su voz resonando por toda la estancia. Me exigí centrarme, saqué las preguntas, un boli, la grabadora y le esperé sonriente. Volvió con el café, me sirvió atentamente, se recostó sobre un amplio cojín que había dispuesto junto a la mesa y comentó:–Veo que ya estás preparado.
–Sí,– tercié –quisiera explicarte los términos de la entrevista...
–No te preocupes,– interrumpió con aplomo –si algo me incomoda te lo haré saber y no responderé. Puedes empezar cuando quieras.– Inseguro, asustado, tratando de aparentar profesionalidad, comencé: –Fuiste desarrollado en un laboratorio, he leído que aplicaron en ti técnicas de crecimiento acelerado; se podría decir que no tuviste infancia...— Él asintió. –¿Cuáles son tus primeros recuerdos?
Ladeó levemente la cabeza, entornó los ojos, reflexionó unos segundos y respondió:
–Caras humanas. Los rostros de los científicos.., y palabras cariñosas... sí, voces amables y una sensación de calor. Y el sabor de un alimento líquido, podríamos llamarlo leche, que me daban.– Se detuvo unos instantes. Cerró los ojos. Yo le observaba extasiado. –Luego una pradera... un jardín por el que trotaba, voces de ánimo de mis cuidadores... y luego supongo que algo parecido a la adolescencia de un hijo único…
¡Dioses, qué ser tan encantador! Mi imaginación volaba tras un potrillo adolescente, un Adonis con rizos, lomos relucientes y cola azabache! Tuve que aferrarme a la disciplina de lo escrito para poder continuar:
–Tengo entendido que los científicos te procuraron una educación que te permitiese desenvolverte en el mundo. ¿Recibías clases con otros compañeros? ¿Tuviste amigos?
–No fui a un aula con otros compañeros, si te refieres a eso; no había otros centauritos.– dijo sonriendo. –Tienes que tener en cuenta que yo nací siendo prácticamente un adolescente. Me educaron unos especialistas en diversas materias, algo así como tutores, primero en las instalaciones donde nací, y luego en diversos centros científicos de todo el mundo. He conocido a muchas eminencias, incluso he intimado con algunas, pero no se puede decir que tenga amigos de la infancia.
De nuevo me extasiaba y conmovía. Parecía que cada respuesta estaba dirigida a oprimir la saeta que clavó en mi pecho. No podía dejarme ablandar. Decidí aferrarme al guión para resistir; para no delatarne. De esa manera conseguí hacer progresar la entrevista con un nivel aceptable de naturalidad, conseguí crear un tono de mutua confianza, y por fin llegó el momento de las preguntas interesadas:
–No sé muy bien como introducir este asunto... por supuesto eres libre de no contestar... Tu biología es una mezcla de humano y animal, ¿Eres, digamos, sexualmente competente?– No pude evitar ruborizarme. Él percibió mi azoramiento e intervino:
–No, tranquilo, no tengo inconveniente... Si te refieres a si puedo reproducirme los científicos me dejaron muy claro que soy estéril. Si te refieres a si mis órganos sexuales funcionan, te diré que, hasta la fecha, lo hacen perfectamente. Supongo que en ese aspecto no me diferencio mucho de un varón humano. Comencé a sentir deseo sexual en mi adolescencia y tuve prácticas solitarias y más tarde relaciones con chicas.., evidentemente no hay hembras de mi especie, y en el ámbito científico en el que me movía había chicas, becarias en prácticas, que sentían verdadera fascinación por mí... en más de un aspecto.
–Lo comprendo– le dije; ¡Vaya si lo comprendía! Mientras lo contaba mi cabeza había empezado a llenarse de imágenes lúbricas. Iba a terciar cuando él intervino de nuevo:
–Incluso he tenido experiencias con una yegua...– Le detuvo mi cara de asombro. –Sí, no te escandalices. Al fin y al cabo son casi de mi especie. Fue cuando estaba desarrollándome y entrenaba en un hipódromo. En aquel ambiente me sentí atraído por una hermosa yegua blanca. Era una pulsión animal. Luego se lo conté a los científicos y lo consideraron normal, no le dieron mayor importancia.
¡Yo sí que podría hablarle de pulsiones! Tras una breve pausa añadió:
–Ahora sólo me atraen la mujeres. Las hembras humanas– dijo sonriendo. —Creo que en ese aspecto podría considerarme un centauro heterosexual
Centauro heterosexual. Aquellas palabras me enfriaron como un témpano. Seguí hasta el final con la entrevista pero mi ánimo fue decayendo, convencido de mis nulas posibilidades. La rueda de Fortuna giraba en mi contra. Tendría que contentarme con su presencia y, acaso, con su amistad... Pero las desgracias nunca vienen solas y no iba a terminar sin recibir otro mazazo. Quirón me contó que en un par de días se marcharía con el circo para una larga gira por varios países. Que esa era la razón por la que había accedido ahora a la entrevista.
Fingí cordialidad en la despedida, su sincera amabilidad me ayudó, y me marché desolado. Ni su interés, ni su presencia, ni su amistad... demasiado para una sola tarde. Aturdido penetré en un bar y me entregué al alcohol.


Desperté a mediodía en mi casa, tirado en la cama, sucio, maloliente y atormentado por la resaca. En mi delirio me arrastraba por páramos calcinados tras las huellas de un cuadrúpedo A media tarde, cuando mi cerebro comenzó a funcionar, la angustia y la desolación volvieron a apoderarse de mí. Trasegué café, mi mente fue despejándose y una imagen amable emergió nítida de entre sus brumas: Marta, la hermosa ninfa de cabellos dorados.
Tenía que llamarla; ella me comprendería. Tomé el teléfono, llamé, pero no respondió. Al rato volví a hacerlo y tampoco obtuve respuesta. Tomé una ducha, volví a intentarlo y de nuevo fue en vano. Me vestí, un nuevo intento y una nueva decepción. Me lancé a la calle con el móvil en la mano y mientras llamaba, inconscientemente, mis pasos me condujeron hacia el pub de nuestros encuentros. Entré, sumido en la melancolía, me senté y pedí vino del año, fresco.
Allí estaba solo, sin ninfa ni centauro. Apuré un par de vasos mientras reflexionaba. Probablemente volviese a ver a la ninfa; si la había ofendido podría disculparme, arreglar lo nuestro... sin embargo el centauro partiría, quizás para no volver. Y deseé ardientemente verlo por última vez, aunque fuera a hurtadillas; observarlo en la penumbra de su caravana, el coloso, el mito viviente, la bestia y el humano, con toda su potencia y su ternura.

Era ya noche cerrada cuando me acerqué a las inmediaciones del circo. Me deslicé entre las caravanas hasta que localicé la de Quirón. Me aupé hacia la ventana, y la cálida luz del interior me permitió observar una escena sorprendente: como en una fábula de Higinio, un centauro montaba a una rubia ninfa. Permanecí unos segundos extasiado en su contemplación, mecido por las brumas del alcohol, pero pronto acerté a reconocer a sus protagonistas. ¡Quirón montaba con ardor a una entregadísima Marta!
Podía haberla imaginado montando desnuda a caballo, todo nalgas danzantes y melena al viento. Podía haberla imaginado montando a lomos de un centauro, con sus blancos pechos contrastando con la oscura piel de la bestia… Lo que nunca hubiera imaginado es verla al borde de una cama montada por Quirón, todo cuartos traseros y cojones bamboleantes, sobre esas caderas blancas que se proyectan hasta su culo inmaculado.
Pude golpear el cristal, furioso. Pude entrar gritando y luchar a brazo partido. Pude huir sollozando y ahogar mis penas en vino… pero me quedé a mirar.
Y crucé con ellos los bosque de Pindo, y ascendí al Olimpo cuando ellos lo hicieron, y gemí con ellos al hollar la cima, brotaron las fuentes, cantaron las ninfas y nos derrumbamos cual triada vencida.


Quirón partió y el mito sigue vivo. Mantengo una entrañable relación con Marta. Nunca se lo he contado y aquel recuerdo me estimula en nuestros encuentros. Últimamente me ha hecho saber que unos científicos han creado un sátiro. Que es un muchacho encantador, con patas de cabra cubiertas de rizos negros y cuerpo de mozalbete bronceado. Ardo en deseos de entrevistarle.

4 comentarios:

Santiago Bergantinhos dijo...

Magnífico relato, ya lo creo. Tanto en el argumento como en la ejecución.

Escribe más y todos te lo agradeceremos

jose.etxeberria dijo...

Me alegro de que te haya gustado. Me lo tomé muy en serio... incluso me documenté; y lo corregí y repasé cientos de veces. Tanto que perdí la perspectiva. Durante un tiempo no supe que opinar de él.
Luego lo volví a leer y me pareció bueno.
Quizá me anime y escriba otro.

Necio Hutopo dijo...

Pues a mi me gustó...
pero, claro, eso no tiene la menor importancia

jose.etxeberria dijo...

Claro que tiene importancia, Hutopo.