Escrito de madrugada bajo el influjo alcohólico.
Uno está ya mayor para ciertas cosas. Uno está mayor y por eso se reúne con los amigos de juventud de ciento en viento, y se va a garitos donde las corrió de joven con la esperanza de que los tiempos no hayan cambiado demasiado y le traten como antaño. Y se va al Tetuán de Eguía y resulta que los callos son, más o menos como los de antes, y al salir recuerda que había un garito con mucha marcha que se llamaba Bukowski, que ahora lo han reformado pero sigue abierto. Y uno llega allí y lo primero que le sorprende es que se llama "Le bukowski" y también pone bistrot por algún lado. Uno ojea el tupido ambiente que se vislumbra, pero entra porque le puede la nostalgia y la curiosidad y dentro se encuentra un panorama que, aunque no es inesperado, dista mucho de ser el que recordaba. La decoración, casi la estructura, del local a cambiado y la edad de los ocupantes aparenta la mitad de la propia.
Tras preguntar a los colegas uno se dirige a la barra y consulta con una camarera, insultantemente joven, la disponibilidad de los tragos solicitados... y he aquí que tienen Guinness, cumbre de las cervezas, como confirmará cualquier entendido. Sirven lo demás, veo que sacan una lata de Guinness, no es lo peor después de todo pero, en el momento de servirla, empiezan a verterla cansinamente por el borde del vaso. Alarmado les digo que esa no es manera de servir una guinness, que así no hará una sólida capa de espuma, pero me ruegan calma y me señalan un aparetejo de la barra con el logo de la marca. A duras penas me controlo y observo cómo un pipiolo pone mi pinta en un chisme que parece un cañero pero sin grifo, pulsa un botón, y en el vaso comienza esa revolución que todo consumidor de guinness conoce: El líquido se tornan marrón y al cabo de unos segundos empieza a mutar a negro y en la superficie se forma la característica capa de densa espuma blanca.
Sorprendido le pregunto por la razón de tal prodigio y me da una explicación que comienza con el escaso consumo de Guinness en barril y concluye con una palabra inesperada: ultrasonidos.
Sí, el pipiolo me dice que coloca ahí la pinta y que un haz de ultrasonidos la revuelve como si acabasen de servirla de un cañero. Yo le escucho perplejo, asiento, y vuelvo junto a mis colegas con mi cerveza. Le pego un trago... y la verdad es que ni fu ni fa, pero mucho peor que la que me sirven en Garagar de grifo.
Le Bukowski, vale... bistrot, si te gusta, vale pero... ¿ultrasonidos en la cerveza? ¡A mí dame Guinnes de barril y déjate de chorradas!
4 comentarios:
Si es que no hay nada como una cerveza bien echada...
Yo soy mas de ales que de Guinness, aunque también me gusta (con las cervezas, si son rubias ni probarlas). Donde esté una Newcastle de barril (o una Voll Damm doble malta, o una Greenberger), que se quiten las sanmigueles, las kelers y toda esa pandilla de descoloridas...
"Escrito de madrugada bajo el influjo alcohólico"...
Lo que quería era presumir, verdad?
Ahora podría presumir de dolor de cabeza... ¡Aaaarrgg...!
¿y los ultrasonidos también sirven para los cubatas, gin tonics y similares? ;-)
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