miércoles, 20 de febrero de 2008

Le salon des refusés

Sabía que no debía volver a hacerlo. Lo sabía. Pero es que el concurso estaba a huevo... y yo quería ese MP3... y, para qué os voy a engañar, también recordar los viejos tiempos. Así que he vuelto a llamar a la radio, me han cogido el teléfono, la concursante anterior no ha adivinado el tema, ¡y cuando ya me iban a dar paso!... le preguntan a uno del público asistente al estudio y va el tío y lo sabe; y yo esperando (como un gilipollas) al otro lado del hilo y escucho que empiezan a hablar de otro asunto... y el técnico que me ha cogido el teléfono me dice lacónicamente que no hay más canciones y ¡que se ha acabado el concurso! ¡GRRRRR!!!!!! ¡A ver, ñores! ¡Hay que coordinarse...! y... ¡Hay que preparar más temas! Te lo voy a perdonar, Roberto, porque no sabías con quién estabas tratando...

Esto me ha hecho recordar las veces que he sido rechazado en algún concurso y, para que veáis qué extrañas relaciones hace mi mente, ha traído a mi cabeza la frase que titula este post.

Y, siguiendo con la tontería, se me ha ocurrido que voy a ir poniendo en este blog aquellas obras que he presentado a concursos (creo que he sido un concursante crónico) y han sido rechazadas, bajo la etiqueta de salon des refusés, para que mis acérrimos comenten: -No me extraña que se la rechazaran- o lo contrario, o no comenten nada como es habitual.
Comenzaré con una que me rechazaron en un concurso de micro-relatos de esta misma emisora, que era un intento de comprimir una historia más larga en quince líneas, trata un tema muy raro, y yo le tengo cierto cariño.

LA VIRGEN DE LOS GIMNASIOS

Yo viví la época dorada de los gimnasios. Antes de que los polideportivos montasen sus pulcras salas de musculación, hubo un tiempo en el que se podía ir a un antro lleno de pesas descoloridas y sudar y gruñir entre camaradas. Así conocí a Manu, un tipo hercúleo que estaba obsesionado con levantar doscientos kilos por encima de su cabeza. Llevaba años intentándolo y cada vez que estaba a punto de lograrlo una inoportuna lesión lo detenía. Un día apareció con una figurita y la colocó sobre un estante libre, en un ángulo del gimnasio. Decía que era la Virgen de los Gimnasios y que se la había prestado un culturista malagueño. Nosotros nos reíamos a sus espaldas, pero él parecía realmente devoto y se encomendaba a ella antes de sus entrenamientos. Llegó el día en que se sintió preparado para el levantamiento. Todos observábamos expectantes. Manu rezó ante la imagen, le encendió una vela y se colocó en posición. Agarró la barra, respiró profundamente y en dos limpios movimientos alzó el peso sobre su cabeza. Nos quedamos atónitos. Manu, tras descargar el peso, aullaba y daba saltos de alegría.
Varios le pidieron que dejase la Virgen en el gimnasio pero él se la llevó alegando que debía devolvérsela a su amigo. Tras el revuelo de los primeros días todo se serenó y Manu abandonó los levantamientos extremos y se dedicó al entrenamiento ligero. La historia no trascendió nuestro reducido ámbito y sólo unos pocos la recordamos, pero puedo aseguraros que existe una Virgen de los Gimnasios y aún debe de estar en alguna parte.

2 comentarios:

Necio Hutopo dijo...

No me extraña que te la rechazaran... Esto: "hubo un tiempo en el que se podía ir a un antro lleno de pesas descoloridas y sudar y gruñir entre camaradas"... Es porno

Javier Vizcaíno dijo...

Yo me centro en lo primero: Ay, Kanif, Kanif, Kanif... (Te lo digo con cara de confesor que se piensa qué pedazo penitencia te mereces)