He hablado de chinos en anteriores entradas, comenté que me caían bien, y también que tenía algunos conocidos de aquel país con los que solía hablar; que quizá colgase un post comentando aquellas charlas. Pues bien: aquí va la primera entrega de lo que, espero, sea una serie sobre mis conversaciones con estas gentes.
A Nan me lo presentó mi amigo Aitor. Me dijo: -¡Vamos a un chino que hay aquí cerca, que hacen unas berenjenas picantes cojonudas!- Y al entrar saludó a un chino alto que nos atendió solícito. Era Nan.
Tras tomarnos la comanda se retiró a la cocina y Aitor me contó que, en realidad, su nombre era mucho más largo y no se pronunciaba así, pero lo había adaptado a nuestra lengua. También me dijo que se estaba sacando el carnet de conducir, a pesar de que casi no sabía leer el español.
Noté enseguida que, mientras nos servía, aprovechaba cualquier ocasión para hablar con nosotros, ya que para él era muy importante practicar el idioma.
A menudo el pretendido hermetismo de los chinos se debe simplemente a que no conocen el idioma; muchos de los que nos atienden en los restaurantes sólo entienden términos como rollito, arroz o pollo, y cuando tratan de hablar no pueden enlazar ni tres palabras de nuestro idioma.
Nan nació en china, pero ha hecho grandes esfuerzos para hablar nuestro idioma, y ahora puede mantener una conversación, eso sí, con abundantes interrupciones y un acento encantador.
Habitualmente comenzábamos consultándole algo sobre un plato, pero la conversación iba luego derivando hacia la inevitable comparación entre su cultura y la nuestra; como aquella vez en que preguntábamos por un té de ginseng y acabó contándonos, con un candor infantil, que las raíces más viejas y potentes tienen forma humana y que, cuando las encuentras, si apartas la vista un momento desaparecen, cual si de un enanito animado se tratasen. Aquello formaba parte de su tradición y para él era real.
Preguntándole sobre batidos, descubrimos que no los tenía porque, sencillamente, no los conocía. En china no toman leche. Los niños, tras destetarse, no vuelven a tomar más leche en su vida. También nos costó explicarle lo que era el queso. Cuando lo comprendió, nos dijo que creía que lo tomaban los pueblos del norte, cerca de la frontera con Mongolia.
También recuerdo cuando nos contó, sonriendo orgulloso, que había salido un día a comer fuera, había pedido un menú de día, y se había comido... ¡Un filete con patatas!
Para ellos comer un pedazo de carne tan grande es algo excepcional y sinónimo de riqueza.
Por cierto, se reía por lo bajinis cuando nos veía comer lechuga. Nos dijo que eso de la "ensalada china" era un invento que habían puesto es sus restaurantes para agradar a los occidentales. Que la lechuga es "comida de patos".
A veces le preguntamos cómo se dice algo en chino o cómo se escribe, y descubrimos que muchos términos o conceptos son intraducibles a su lengua, o que no se pueden escribir porque no hay ideogramas para ello. Él se suele disculpar y nos dice que sólo estudió su idioma ¡Nueve años! en la escuela, y por tanto su formación está incompleta.
Nan os espera en su restaurante "Isla del sol" en Pedro Egaña 5 de Donostia, en una esquina de la plaza Easo, en el cogollito de Amara. Hace una cocina china innovadora, aunque también os podéis comer el típico rollito, claro. No dejéis de probar el helado de saque, desarrollo exclusivo de su casa.
Y preguntadle cualquier cosa. Está deseando charlar.
3 comentarios:
La historia de Nan, muy bien contada por cierto, me ha suscitado una reflexíón que arrastro desde unas recientes vacaciones en Portugal. Allí, los camareros te piden que le hables en castellano o incluso en euskera: quieren saber cómo decir cuatro palabras con las que quedar bien con otros turistas. Lo harán por la propina, supongo, pero lo hacen. Aquí (y quien dice "aquí" dice en Bilbao, en Pamplona o incluso en Alicante, que para eso todos somos peninsulares) somos de la cofradía del grito: cuando un extranjero no nos entiende, le hablamos más alto y que espabile. Así nos va, que perdemos turistas a marchas forzadas(por mucho que insistamos en el "Ven y cuéntalo" o en el "Tierra de diversidad"), mientras otros sitios ganan visitantes y, además, les convencen con sus formas y modales.
Menos mal que, para encontrar cordialidad, no tenemos que irnos fuera. Otros vienen aquí y acaban, como Nan, enseñándonos algo de educación y buenas maneras.
Qué gente más maja suelen ser los chinos. No sé si me acojonan más de lo que me gustan, o viceversa.
Coincido contigo Txomin, en Donostia de puro natural, los camareros dan asco.
Supersantiego, mi mujer dice que los chinos nos acojonan porque constantemente tienen una sonrisa en la boca, que parece falsa.
Pero también es su costumbre. Tienen un dicho: Si no sabes sonreír, no abras la tienda.
Un saludo.
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