Nuestra ambición desmedida y nuestro
desprecio de las costumbres
que nunca consideramos dignas de la nobleza
de un caballero inglés.
Como colegiales,
y arder de pasión de felinos en celo cobijados en la umbría
de las selvas de nuestra joya de
la corona,
ya perdida por la dama,
ceñido deliciosamente a su cintura con un
lazo,
tan hermoso que nos hacía ruborizar.
El hipódromo una tarde de carreras, en
esos tiempos felices
en que la preocupación era encontrar un buen sastre
y reconocer a lo lejos a tu prometida.
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