Alguien
me dijo una vez, en mis tiempos de furibundo bloguero, tras haber leído varios
de mis apuntes, alguno de mis comentarios en su blog, y estar un poco “molesto”
conmigo, como invariablemente ocurre, que yo en mi ejercicio de las letras era “brillante”.
Al momento entendí que quería decir “falto de profundidad” Sí, lo reconozco, me
dejo fascinar por las palabras. A menudo el tema suele ser una mera excusa.
Suelo preferir una frase elegante, que fluya con el ritmo que he elegido, a una
que comunique certeramente una idea. Mido los textos antes por su redondez que por sus
consecuencias. Y me dejo llevar; dejo que las palabras me arrastren. Y cuando
te dejas llevar no eres delicado. Desde luego a mí no me oiréis exclamar, como
a Rimbaud en La Canción de la torre más alta, “por delicadeza he perdido mi
vida”
Y,
por supuesto, me falta seriedad. Me puede el estrambote cómico, la bufonada, lo
estrafalario. Por alguna singular característica de mi cerebro, estimo que una
frase es mejor si, además de contar algo, hace gracia. Me hace gracia a mí,
claro.
Si
como Monk hubiera tenido la suerte de aprender a tocar un instrumento desde
pequeño, si me hubiese hecho uno con él, seguramente mis ejercicios hubieran
sido en ese otro lenguaje, el de la música, mucho menos claro en su significado,
y sería menos probable que alguien me acusase de hacer sangre con mis prácticas. Con las palabras ocurre, por estar ya tan interiorizadas, que difícilmente
podemos separar el significante del significado. Raros son los que admiran la
forma de un texto si atender a su fondo.
Y
los ejercicios de forma casi nunca son bien entendidos. Léanse por ejemplo las “Variaciones
Julen Guerrero” (Eso, eso, a ver si las lee alguien…)
¡Cómo
nos gusta suponer que todo tiene sentido! ¡ Y qué dados somos a pensar que el
texto nos alude!
Algunas
veces he pensado en hacer mis ejercicios de escritura de este modo: Manta de nasa
mera con canto pleno de rueda. Andante de mar y trono, rugiente espasmo de
brea.
O
incluso más extremos: Dímbola tamba reba, andana beria fanda el sunta macia
brena.
Pero me leeríais menos, sin
duda, y escribo para que me lean.
De
todas formas, si algo he aprendido en la vida, no es a no cometer errores, ni
siquiera tengo muy claro qué es un error, sino a rectificar cuando alguien de
buena fe me los señala. Y a no herir si puedo evitarlo.
¡Joder!
¡Qué serio me está quedando esto!
Morsa
barbuda: cruzas la ensenada, como el borracho la sucia tarima, como esa prima
que luce bigote, está entrada en carnes, y va a la piscina.
¡Así mejor!
¡Así mejor!
2 comentarios:
Kanif, escribes de forma "brillante". jejeje. En este caso, queriendo decir lo que el adjetivo designa y no lo que inferías te tu amigo. Hay profundidad (creo que aquí nadie debería pretender ser el filósofo del siglo, entre otras cosas porque parece que está casi todo lo original ya dicho). Y estoy de acuerdo contigo en que aparte de decir cosas que signifiquen algo, nos gusta leerlas cuando están expresadas con el juego que el lenguaje permite. A mí, particularmente, me gusta lo que has escrito.
P.S.: Yo no sé tampoco lo que son los errores, pero curiosamente tengo la intuición de que cometo muchos. Supongo que uno/a solo puede cometer errores cuando se expresa (de la forma que sea); cuando uno/a no se expresa no los comete, pero es como si estuviese muerto en vida.
Vamos por las rimas facilongas.
Rugiente espasmo de brea!!
Brillante: dícese de aquello que brilla.
Profundo: pozo oscuro y hondo.
Besos
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