lunes, 4 de abril de 2011

Relato.

Entrevista con el centauro.
Conocí a Quirón en el circo mutante. Nunca hubiera ido a aquel espectáculo de no ser por Marta; de hecho había despotricado contra algunos similares en los foros... pero ella me llamó. Tenía dos entradas y me dijo que la función era realmente buena, que vería cosas que no podía ni imaginar... y me sedujo; me sedujo su voz, como me sedujeron sus caderas y sus pechos cimbreantes el día en que la conocí. ¡La bióloga más sexy de todo el campus!
Pensé que tras la actuación tomaríamos unas copas, yo le contaría algo intelectual y estimulante que contrastaría con la zafiedad del espectáculo, ella posaría en mí su mirada de gacela, yo continuaría con los clásicos, desplegaría a Dionisos y Afrodita, a Pan y Adonis, y el hechizo de Orfeo nos conduciría a Arcadia para degustar las mieles de Eros.

Los saltimbanquis chinos con genes de mono eran capaces de acrobacias increíbles, saltos y piruetas que ningún ser humano había realizado antes; aunque claro, técnicamente no eran humanos, así que no cabía tal comparación. Además tenían el gesto huidizo y una mirada melancólica, como de mono atrapado en cuerpo de chino, que movía a la compasión... por no hablar de su manera de lanzarse sobre los cacahuetes con que los premiaban. Daban la impresión de ser esclavos. Yo me preguntaba si los entrenarían a latigazos. Denigrante para el mono y para el chino.
Lo de la sirena, mujer mutante con cola de pez, se me antojó simplón y obsceno. Parecía una mala película. La triste ensoñación de un empresario sin escrúpulos. Y sus pechos desnudos, que evidentemente ejercían de reclamo sexual, los habían diseñado enormes a propósito. Rompían toda su línea hidrodinámica. Y lo del sireno con aquel pene lánguido surgiendo entre las escamas de su cola resultaba patético. Agradecí enormemente que no les hiciesen copular en público.
Cuando anunciaron al hombre cocodrilo yo ya estaba pensando en marcharme; si seguía allí era por Marta. Al cabo de unos minutos dejé de mirar a la pista y ya sólo observaba su perfil hermosísimo, recortándose suavemente contra el fondo en penumbra de la carpa: su frente despejada, su nariz nítida y armoniosa, sus labios brillantes, y la suave curva de su barbilla que continuaba en un cuello largo y terso... ¡Y más abajo la lujuria!
Tan ensimismado estaba que ni siquiera escuché el anuncio de la siguiente actuación. Sólo cuando Marta me dio un codazo y exclamó:–¡Mira! ¡ Tienes que ver esto!– volví la cabeza hacia la pista y parpadeé confuso unos segundos mientras mi mandíbula se descolgaba. Allí estaba, surgido del mito, como en una ensoñación, ocupando majestuoso el centro de la arena: ¡Un centauro!
Cayeron sobre mí la Odisea, la Ilíada y los frisos del Partenón. ¡Dioses, qué visión! Ese torso musculoso y broncíneo fundiéndose con el pelaje castaño oscuro de la bestia. Sus hombros robustos y sus cuartos traseros reluciendo como metal bruñido bajo los focos. Su gesto altivo, su cabeza regia, perfil griego y rizos alborotados. Caminaba lentamente por la pista y sus cascos levantaban un rumor leve, como de lejanas galopadas.., cada giro revelaba un nuevo detalle de su anatomía, sumiéndome en el éxtasis más absoluto. En una mano portaba un arco y a su espalda colgaba un carcaj con flechas. Se detuvo en un extremo de la pista y extendió al frente el brazo con el arco. Llevó con delicadeza su mano a la espalda, tomó una flecha y la encordó con suavidad y maestría. Mantuvo esa posición unos instantes. Sus músculos relajados exudaban potencia. Comenzó lentamente a tensar el arco. Leves crujidos de madera y cuero acompañaron el movimiento. Un millar de líneas y relieves cruzaron su anatomía, hasta que fijó la posición, con la cuerda rozando su rostro apolíneo. Convertido en una estatua, tenso, marmóreo, esperó una eternidad para que soñásemos con Arcadia y el bosque de Élide, y abrió sus dedos despertándonos bruscamente.
La flecha partió hacia un objetivo invisible y aunque luego unos focos nos la mostraron clavada en el centro de una diana, realmente me alcanzó a mí, traspasándome el pecho. Desde entonces me oprime el lado izquierdo y no puedo leer a Virgilio sin llorar.
Marta, a mi lado, sonreía pícaramente. Evidentemente me había tendido una emboscada. Conocía perfectamente mi fascinación por la mitología clásica y sabía que aquella visión me conmovería. Lo que no suponía es hasta qué punto lo hizo. ¡El centauro Quirón ante mí en carne y hueso...! Cuando pude volver a respirar y mi cerebro se oxigenó, supe que tenía que hacerle una entrevista.
Salimos del circo y Marta me llevó de la mano, como una niña que arrastra un globo, hasta un pub cercano. Yo continuaba galopando por Tesalia y saludaba a Hera mutada en Nefole.
Fui volviendo a la realidad poco a poco, merced a la incomodidad de la banqueta, el humo irritante y el amargor de la cerveza.
Tras la emboscada, Marta procedió al ataque: defendió con ardor los avances en ingeniería genética que posibilitaban espectáculos como aquel, y aún más los que aliviarían nuestras enfermedades, sabedora de que yo me encontraba debilitado y no me atrevería a replicar. ¡Cómo hacerlo si aquellas prácticas habían dado vida a Quirón!
Me hizo saber que conocía al científico que había liderado el proyecto del centauro, que había seguido su desarrollo e incluso había podido hablar con él. Añadió que su inteligencia era normal y había sido educado para desenvolverse en la vida. Me dijo nosequé de técnicas de crecimiento aceleradas, de biología combinada... pero yo en ese momento ya sólo pensaba en entrevistarme con él; en conocerlo personalmente.
No resultó fácil. Quirón parecía ser un centauro reservado. Con la intermediación de Marta y su amigo el científico, que le pusieron al corriente de mi fascinación por la mitología y mi absoluta seriedad y discreción, logré al fin que me recibiera, no ya para entrevistarlo, sino como un primer contacto para conocemos.

Vivía en el campamento del circo, en una elegante caravana forrada de madera que semejaba un vivienda alpina. Cuando llegué me esperaba en el porche, elevado del suelo un par de escalones, y vestía camisa y chaqueta sobre su parte humana. Una singular visión doméstica aunque igualmente impresionante. Me presenté, me saludó y me invitó a pasar. Así escuché por primera vez su voz. Sonaba grave y sobrecogedora, con un trasfondo animal.
El interior de su vivienda era sobrio y espacioso y las paredes estaban cubiertas de estantes con libros. En un extremo, bajo un amplio ventanal, había una mesa y una sola silla. Me invitó a sentarme y añadió que él no usaba sillas, dada su anatomía. Me ofreció café, acepté, y se dirigió al otro extremo de la sala. Sus cascos resonaban hipnóticamente en el suelo. La visión de su cola azabache y sus lustrosos cuartos traseros a aquella breve distancia me cortó el aliento. Agradecí que volviera con la bandeja presentando su parte más humana. Me consultó sobre mi forma de tomar el café, amablemente me sirvió, él hizo lo propio y añadió: ­–Bueno, tengo entendido que quería conocerme, incluso entrevistarme... ¿Qué le gustaría saber sobre mí?
Aquella pregunta tan directa me descolocó un poco. Eché mano de lo que veía a mi alrededor y comenté: –Bueno, he visto que tiene muchísimos libros ¿Le gusta mucho la lectura?– Incluso antes de acabar la frase ya me sentía como un idiota. Él percibió mi nerviosismo y respondió con cortesía: –Sí, por supuesto, los científicos me inculcaron el hábito de la lectura, y también debo agradecerles que me dotaran de un cerebro, llamémosle, intelectualmente humano, que me permite disfrutar con ella. Los centauros de Tesalia, en cambio, eran unan bestias sin escrúpulos...
–¡Ha leído a los clásicos...!– interrumpí emocionado.
–Por supuesto; uno debe conocer sus orígenes.
Yo le miré perplejo. Él añadió socarronamente: –Se trata de una broma... Soy perfectamente consciente de que fui creado en un laboratorio.
Volvió a dejarme descolocado. Me facilitó las cosas añadiendo: – Sepa que no me avergüenzo de mi condición. Estoy agradecido a los científicos que me crearon. De no ser por ellos... bueno, simplemente no existiría…Quizás hubiera deseado ser menos llamativo– dijo sonriendo —pero ya ve, cada uno es como es.
–¡Usted es portentoso!– tercié presa de la emoción y luego añadí un poco avergonzado: –Quiero decir que parece estar en una forma excelente. ¿Hace ejercicio habitualmente?
–Sí, los científicos me lo recomendaron. Parece que le conviene a mi parte animal... y además intento dar la imagen que, se supone, debería tener un Centauro. No me gustaría decepcionar a los espectadores del circo.
–Hablando del circo, ¿Cómo es que acabó trabajando aquí?– Al instante me di cuenta de mi grosería. —Quiero decir, una persona de su... perdone, un ser con su... discúlpeme, trataba de... – Pudo haberme expulsado a coces de la caravana y sin embargo me interrumpió cortésmente:
–No se preocupe, le entiendo; pero, ¿se imagina a un centauro trabajando en una oficina?, ¿o sirviendo copas en un bar, o en la cocina de un restaurante? Desde luego, como busto parlante de los informativos podía ser,– añadió con una sonrisa– pero no me interesa demasiado el periodismo.
Tocado y hundido. Tras unos segundos de incómodo silencio añadió: ­–En el circo me pagan bien... ¡Soy la estrella de la función!– dijo con soma. –Además viajo gratis; estoy conociendo mundo... y mi número no es muy largo; dispongo de mucho tiempo libre. Y, entre usted y yo…– y se incorporó mientras me hacía gestos de aproximación con una manaza digna de Heracles. A punto estuve de desmayarme... —no pienso estar haciendo esto toda mi vida.–
Yo respiré aliviado y con una sonrisa estúpida dije: –Claro, claro. Lo supongo.
Me despidió con la promesa de otro encuentro en fechas cercanas y yo se lo agradecí sinceramente. Al abandonar su vivienda mi tensión se fue relajando, pero la opresión en mi pecho no desapareció y las brumas del mito volvieron a instalarse en mi cabeza, mientras me alejaba.



Tras la charla con Quirón llamé a Marta. Comencé a contarle atropelladamente mis impresiones, presa aún de la excitación, y ella me emplazó para un encuentro en un pub, donde pudiésemos charlar con calma. Aquello parecía una cita. Precisamente ahora que mi interés no iba dirigido a ella sino al centauro. Una incómoda sensación de pudor y traición se apoderó de mí y me acompañó hasta el día del encuentro.
Llegué temprano al pub, y como la sensación no me abandonaba, intenté mitigarla con una pinta de Guinness. Con la segunda mi pudor se esfumó y la traición voló con Apolo rumbo a Hiperbórea. En esto llegó Marta que, envuelta en un vaporoso vestido de verano, se me antojó una ninfa sirviente de Artemisa. Su pelo sujeto en la nuca dotaba a su rostro de una belleza helenística y el cordón que ceñía el vestido bajo sus pechos hubiera hecho llorar a un sátiro. Me saludó alegremente, le correspondí como pude y comentó desenfadadamente:
–¡Vaya, veo que ya te has puesto a tono! Has comenzado el simposio sin mí, ¿eh?
­–Bueno, verás, es que estaba un poco nervioso... Quirón me ha impresionado mucho...
–Ya, lo comprendo. Es que Quirón es impresionante.
–Impresionante es poco- tercié. —Es soberbio, glorioso.., y encima es tan amable...
–Sí, es que lo educaron muy bien.., por no hablar de su dotación genética, claro...– y Marta se inclinó hacia mí para susurrarme, –su parte humana tiene genes de una prestigiosa pareja de científicos.
Aquella inclinación me proporcionó una hermosísima visión de su escote e intentando prolongarla pregunte: –¿Y la parte animal?
–La parte animal tiene la dotación de un semental español. Me refiero a un caballo de raza española...— y sonrió pícaramente cuando se retiraba —y a su dotación genética, claro.
Se giró hacia la barra y llamó al camarero, y yo lo agradecí, pues mi particular dotación se estaba haciendo patente, y cuando ella pidió vino del año fresco, yo pedí lo mismo, por ver si se aliviaba mi sofoco.
Y allí nos mantuvimos un rato, trasegando vino fresco y charlando sobre Quirón, pero al poco fui quitándomelo de la cabeza y su lugar pasó a ocuparlo la rubia ninfa que tenía ante mis ojos. Y no sé si Marta me encontró más vulnerable, más metrosexual, o fue su victoria sobre mi férrea oposición a los mutantes, o el verano, o el vino, o la luna, pero me sacó de aquel lugar y de nuevo me remolcó flotando hacia regiones ignotas. Me mostró palacios donde libaba Dionisos, templos recónditos que yo desconocía; me enseñó manantiales donde nadaban ondinas, bosques donde sonaban flautas y trotaban faunos, y constelaciones de Uranias, sus hermanas del cielo. Y al descender me mostró un lecho rodeado de hiedras y pámpanos, y un río cantando entre la arboleda, y una silueta pálida en la umbría, y suaves colinas y valles y grutas donde percibí la humedad del musgo; y el tacto sedoso de la piel de Dafne, donde fui Apolo, Adonis, Ulises regresando a Ítaca, y me volví loco como Nesso y Folo, cabalgué furioso y cantó Afrodita, y regué los campos, sembré manantiales, tapicé florestas y escuché susurros, que me apaciguaron, de Hestia, Artemisa y las ninfas Nereidas.
Cuando desperté no había hiedras, ni bosque, no sonaban flautas ni trotaban faunos. Me encontraba en la cama del apartamento de Marta, y lo único que quedaba de aquella ensoñación era su cuerpo que realmente semejaba el de una diosa. Lo estuve observando un rato, la luz del amanecer se filtraba por la persiana ascendiendo sus tersos relieves, hasta que un pensamiento cruzó mi mente. Busqué desesperadamente un reloj, lo hallé en una mesilla, consulté la hora y certifiqué mis sospechas: llegaba tarde. En mi agitación desperté a Marta que susurró algo indefinible, le expliqué someramente mi problema, tomé mi ropa y tropezando y maldiciendo abandoné el apartamento.

Quizás influyese mi torpeza al llegar tarde, quizás no lo supe plantear bien, quizás mi jefe tuviera razón y una entrevista con un centauro, en estos momentos ya no interesase a nadie, el caso es que rechazó mi propuesta. Abandoné su despacho decepcionado, preguntándome si no me había dejado arrastrar por mi fascinación personal. En cuanto me repuse llamé a Marta para disculparme por la huída tan precipitada de su apartamento. No se lo había tomado a mal; comentó divertida que aquella noche había vislumbrado muchas posturas de acercamiento a los clásicos aunque esperaba comprenderlos más en profundidad y, cuando mi espíritu se elevaba de nuevo a las cimas del Olimpo, añadió una sorpresa que lo sepultó en el Hades: Quirón la había llamado y proponía un nuevo encuentro conmigo para una entrevista periodística. ¡Por lo visto le había causado buena impresión! Una marea de dudas sacudió mis sienes. Balbuceé una respuesta afirmativa, añadí unas banalidades de compromiso y, rogando que ella no hubiera percibido mi estupor, colgué.
Las dudas cristalizaron en un sinfin de reflexiones: La llamaba a ella. ¿Fui tan torpe de no darle mi teléfono? Y precisamente ahora que han rechazado mi propuesta de entrevista... ¿No será que yo le atraigo y siente pudor al dirigirse directamente a mí?. Si así fuera... si realmente me desease… como yo le deseo...¡Oh Dioses! Con Marta ha sido fantástico… pero esa animalidad de Quirón... esa materialización del mito...
Sea como fuera se instaló en mí un desasosiego que intuí sólo desaparecería al entrevistarme con Quirón. Decidí ocultarle la verdad y realizar la entrevista como si realmente fuera a publicarse. Me sentía mezquino pero no podía desperdiciar aquella oportunidad para volver a verle. También me sentía despreciable, pues pensaba incluir preguntas que sirviesen para despejar mis dudas mas íntimas... Aquellos días de espera fueron un ir y venir de los clásicos a la cafeterías, de libaciones nocturnas y brumas mañaneras, de torpezas, disculpas, ansiedades y vicios solitarios. Tanto que incluso olvidé llamar a Marta.

Llegó el día, llegó la hora, llegué hasta su caravana y lo encontré de nuevo esperándome en el porche. Su imponente presencia volvió a impresionarme. Agradecí enormemente que su camisa y chaqueta mitigasen, en parte, el impacto visual. Sonrió al verme llegar y me saludó informalmente. Me tomó del hombro y me invitó a pasar. El contacto de su mano me estremeció hasta la médula. Me ofreció asiento y café, acepté, y de nuevo sus cascos, su cola, su porte, sus cuartos traseros.., y su voz resonando por toda la estancia. Me exigí centrarme, saqué las preguntas, un boli, la grabadora y le esperé sonriente. Volvió con el café, me sirvió atentamente, se recostó sobre un amplio cojín que había dispuesto junto a la mesa y comentó:–Veo que ya estás preparado.
–Sí,– tercié –quisiera explicarte los términos de la entrevista...
–No te preocupes,– interrumpió con aplomo –si algo me incomoda te lo haré saber y no responderé. Puedes empezar cuando quieras.– Inseguro, asustado, tratando de aparentar profesionalidad, comencé: –Fuiste desarrollado en un laboratorio, he leído que aplicaron en ti técnicas de crecimiento acelerado; se podría decir que no tuviste infancia...— Él asintió. –¿Cuáles son tus primeros recuerdos?
Ladeó levemente la cabeza, entornó los ojos, reflexionó unos segundos y respondió:
–Caras humanas. Los rostros de los científicos.., y palabras cariñosas... sí, voces amables y una sensación de calor. Y el sabor de un alimento líquido, podríamos llamarlo leche, que me daban.– Se detuvo unos instantes. Cerró los ojos. Yo le observaba extasiado. –Luego una pradera... un jardín por el que trotaba, voces de ánimo de mis cuidadores... y luego supongo que algo parecido a la adolescencia de un hijo único…
¡Dioses, qué ser tan encantador! Mi imaginación volaba tras un potrillo adolescente, un Adonis con rizos, lomos relucientes y cola azabache! Tuve que aferrarme a la disciplina de lo escrito para poder continuar:
–Tengo entendido que los científicos te procuraron una educación que te permitiese desenvolverte en el mundo. ¿Recibías clases con otros compañeros? ¿Tuviste amigos?
–No fui a un aula con otros compañeros, si te refieres a eso; no había otros centauritos.– dijo sonriendo. –Tienes que tener en cuenta que yo nací siendo prácticamente un adolescente. Me educaron unos especialistas en diversas materias, algo así como tutores, primero en las instalaciones donde nací, y luego en diversos centros científicos de todo el mundo. He conocido a muchas eminencias, incluso he intimado con algunas, pero no se puede decir que tenga amigos de la infancia.
De nuevo me extasiaba y conmovía. Parecía que cada respuesta estaba dirigida a oprimir la saeta que clavó en mi pecho. No podía dejarme ablandar. Decidí aferrarme al guión para resistir; para no delatarne. De esa manera conseguí hacer progresar la entrevista con un nivel aceptable de naturalidad, conseguí crear un tono de mutua confianza, y por fin llegó el momento de las preguntas interesadas:
–No sé muy bien como introducir este asunto... por supuesto eres libre de no contestar... Tu biología es una mezcla de humano y animal, ¿Eres, digamos, sexualmente competente?– No pude evitar ruborizarme. Él percibió mi azoramiento e intervino:
–No, tranquilo, no tengo inconveniente... Si te refieres a si puedo reproducirme los científicos me dejaron muy claro que soy estéril. Si te refieres a si mis órganos sexuales funcionan, te diré que, hasta la fecha, lo hacen perfectamente. Supongo que en ese aspecto no me diferencio mucho de un varón humano. Comencé a sentir deseo sexual en mi adolescencia y tuve prácticas solitarias y más tarde relaciones con chicas.., evidentemente no hay hembras de mi especie, y en el ámbito científico en el que me movía había chicas, becarias en prácticas, que sentían verdadera fascinación por mí... en más de un aspecto.
–Lo comprendo– le dije; ¡Vaya si lo comprendía! Mientras lo contaba mi cabeza había empezado a llenarse de imágenes lúbricas. Iba a terciar cuando él intervino de nuevo:
–Incluso he tenido experiencias con una yegua...– Le detuvo mi cara de asombro. –Sí, no te escandalices. Al fin y al cabo son casi de mi especie. Fue cuando estaba desarrollándome y entrenaba en un hipódromo. En aquel ambiente me sentí atraído por una hermosa yegua blanca. Era una pulsión animal. Luego se lo conté a los científicos y lo consideraron normal, no le dieron mayor importancia.
¡Yo sí que podría hablarle de pulsiones! Tras una breve pausa añadió:
–Ahora sólo me atraen la mujeres. Las hembras humanas– dijo sonriendo. —Creo que en ese aspecto podría considerarme un centauro heterosexual
Centauro heterosexual. Aquellas palabras me enfriaron como un témpano. Seguí hasta el final con la entrevista pero mi ánimo fue decayendo, convencido de mis nulas posibilidades. La rueda de Fortuna giraba en mi contra. Tendría que contentarme con su presencia y, acaso, con su amistad... Pero las desgracias nunca vienen solas y no iba a terminar sin recibir otro mazazo. Quirón me contó que en un par de días se marcharía con el circo para una larga gira por varios países. Que esa era la razón por la que había accedido ahora a la entrevista.
Fingí cordialidad en la despedida, su sincera amabilidad me ayudó, y me marché desolado. Ni su interés, ni su presencia, ni su amistad... demasiado para una sola tarde. Aturdido penetré en un bar y me entregué al alcohol.

Desperté a mediodía en mi casa, tirado en la cama, sucio, maloliente y atormentado por la resaca. En mi delirio me arrastraba por páramos calcinados tras las huellas de un cuadrúpedo A media tarde, cuando mi cerebro comenzó a funcionar, la angustia y la desolación volvieron a apoderarse de mí. Trasegué café, mi mente fue despejándose y una imagen amable emergió nítida de entre sus brumas: Marta, la hermosa ninfa de cabellos dorados.
Tenía que llamarla; ella me comprendería. Tomé el teléfono, llamé, pero no respondió. Al rato volví a hacerlo y tampoco obtuve respuesta. Tomé una ducha, volví a intentarlo y de nuevo fue en vano. Me vestí, un nuevo intento y una nueva decepción. Me lancé a la calle con el móvil en la mano y mientras llamaba, inconscientemente, mis pasos me condujeron hacia el pub de nuestros encuentros. Entré, sumido en la melancolía, me senté y pedí vino del año, fresco.
Allí estaba solo, sin ninfa ni centauro. Apuré un par de vasos mientras reflexionaba. Probablemente volviese a ver a la ninfa; si la había ofendido podría disculparme, arreglar lo nuestro... sin embargo el centauro partiría, quizás para no volver. Y deseé ardientemente verlo por última vez, aunque fuera a hurtadillas; observarlo en la penumbra de su caravana, el coloso, el mito viviente, la bestia y el humano, con toda su potencia y su ternura.
Era ya noche cerrada cuando me acerqué a las inmediaciones del circo. Me deslicé entre las caravanas hasta que localicé la de Quirón. Me aupé hacia la ventana, y la cálida luz del interior me permitió observar una escena sorprendente: como en una fábula de Higinio, un centauro montaba a una rubia ninfa. Permanecí unos segundos extasiado en su contemplación, mecido por las brumas del alcohol, pero pronto acerté a reconocer a sus protagonistas. ¡Quirón montaba con ardor a una entregadísima Marta!
Podía haberla imaginado montando desnuda a caballo, todo nalgas danzantes y melena al viento. Podía haberla imaginado montando a lomos de un centauro, con sus blancos pechos contrastando con la oscura piel de la bestia… Lo que nunca hubiera imaginado es verla al borde de una cama montada por Quirón, todo cuartos traseros y cojones bamboleantes, sobre esas caderas blancas que se proyectan hasta su culo inmaculado.
Pude golpear el cristal, furioso. Pude entrar gritando y luchar a brazo partido. Pude huir sollozando y ahogar mis penas en vino… pero me quedé a mirar.
Y crucé con ellos los bosque de Pindo, y ascendí al Olimpo cuando ellos lo hicieron, y gemí con ellos al hollar la cima, brotaron las fuentes, cantaron las ninfas y nos derrumbamos cual triada vencida.

Quirón partió y el mito sigue vivo. Mantengo una entrañable relación con Marta. Nunca se lo he contado y aquel recuerdo me estimula en nuestros encuentros. Últimamente me ha hecho saber que unos científicos han creado un sátiro. Que es un muchacho encantador, con patas de cabra cubiertas de rizos negros y cuerpo de mozalbete bronceado. Ardo en deseos de entrevistarle.

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