Tengo un problema con los documentales de Natura, donde desfilan ante mis ojos cientos de especies animales y vegetales, y es que me enfrentan al absurdo de la vida. Tras contemplar a todos esos seres fruto de la evolución de millones de años en los que han competido por mantener su lugar en el planeta, alimentarse y reproducirse, simplemente para continuar con ese ciclo con pretensiones de perpetuidad, a menudo siento la nausea sartriana.
Bastaría con no ver esos documentales, pensaréis, y yo por propia voluntad no los vería, pero los pone mi hijo a la hora en que preparo la cena, y por la disposición de la sala con cocina americana, me es imposible sustraerme a su influjo. Así que, cuando el chaval pregunta algo o comentamos algún aspecto de lo que estamos viendo, tengo que contenerme para no acabar soltando lo de mi sentimiento ante el absurdo de la vida.
Ya lo decía Ortega: "Conviene ocultar a los pequeños, cuanto tiempo sea posible, que la vida no tiene objetivo conocido y concreto, pues ese conocimiento prematuro podría conducirles a la apatía"
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