viernes, 2 de mayo de 2008
Alfama
Te montas en un tranvía de la línea 28, te apoyas en el quicio de madera de una de sus ventanas abiertas a la tarde soleada, te fijas en las relucientes manivelas del puesto del conductor, en el suelo de tablas, y puedes retroceder fácilmente 60 años. Te dejas arrastrar por su suave traqueteo, te maravillas cuando para en los semáforos, cuando ataca las cuestas con brío de adolescente, cuando gira chirriando en cerradísimas curvas, y si eres un cronopio como yo, comienzas a flotar en un éxtasis sereno y en tu boca se dibuja una sonrisa que te acompañará todo el viaje.
Y cuando te adentras en Alfama, ves los destellos de sus raíles ascendiendo sus empinadas calles, sientes la vieja maquinaria que protesta pero avanza, giras rozando las esquinas, las tiendecitas y las tabernas que huelen a bacalao, y ves a los pilluelos que aún se cuelgan de los estribos, sabes que en este barrio el tiempo se ha detenido. Se ha detenido y no importa. Se ha detenido para bien.
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3 comentarios:
Sí, sí... Ya sé...
Gracias, por cierto
Hasta suena romántico
Y el quince, coje el quince.
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