Capitán Cola recoge monedas con la misma bolsa con la que esnifa su pegamento. Literalmente se esnifa la pasta. Lo que le das entra por su nariz y acaba en su cerebro.
Se sienta como un santón indio, sobre dos huesos cruzados cubiertos por los restos de un pantalón, y mendiga su ración narcótica.
Luego coloca la bolsa sobre su cara y así se libra por un rato de oler la mugre que le rodea.
Capitán Cola es la prueba palpable, pateable, de la resistencia del cuerpo humano.
Su cabeza surcada de cicatrices, que una vez vi sangrar, ha aguantado tralla por dentro y por fuera. Su boca es una ranura; una herida abierta a cuchillo.
Capitán Cola no tiene color. Es blanco traslúcido como su bolsa de plástico, como su cola reseca. Es cóncavo, hueco. Su cara se ha hundido en profundos recovecos y sus ojos miran hacia dentro. Su torso es una sudadera deshilachada que cuelga de una percha rota.
Su voz también es cóncava. A veces levanta una mano, abre la boca y sus palabras rebotan en su caja hueca hasta que salen atravesadas.
Capitán Cola es un místico. Es un asceta del pegamento. Capitán Cola balbucea mantras más viejos que el mundo. Capitán Cola es eterno. Es una nariz que esnifa el cosmos. Un agujero negro que absorbe sin tregua; que se devora a si mismo.
3 comentarios:
¡Viva el Capitán Cola! ¡Pobre Capitán Cola! Me ha gustado mucho.
Genial... sin más. Me ha encantado este post.
Besos
Capitán Cola existe. Lo veo a menudo en Donostia.
No sé si me gusta contarlo así o no, pero era lo que me sugería su imagen la última vez que lo vi.
Gracias por vuestros halagos.
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