No suelo beber vino tinto a menudo. Antes lo bebía más. Y de joven me hacía kalimotxos... pero ahora si tomo más de dos copas me sienta mal. Me agria el estómago. Creo que son los taninos; tengo alergia a varias sustancias vegetales... Sin embargo hoy he comprado una botella.
Estaba en el parque, charlando con las comadres de la ikastola, mientras jugaban nuestros niños, cuando nos ha sobresaltado un ruido de vidrios rotos que procedía de la tienda de al lado. Unos chavales que estaban ante la puerta han comentado que se habían caído unas botellas. Hemos seguido a lo nuestro, nuestras habituales conversaciones sobre catarros y comida, y alguien ha sugerido que podíamos comer unas pipas. Me he ofrecido para comprarlas y, cuando he entrado a la tienda, me he encontrado un panorama de vidrios rotos y caldo rojo por el suelo... y un aroma fragante e intenso que llenaba el aire. ¡Qué maravilla! ¡Hacía tiempo que no percibía una sensación tan agradable! Se lo he comentado a la encargada y ella, que no había perdido el humor a pesar del accidente, me ha dicho que era un rioja del año pasado y que estaba en oferta.
He pagado mis pipas y he salido de la tienda, con los efluvios de aquella ambrosía embotando aún mis sentidos.
Por supuesto, se lo he contado a las comadres, y hemos iniciado otra conversación sobre vino y comida, pero mi mente se ha ido apartando de la charla, transitando hacia la reflexión: ¡Qué fuerza tiene nuestro sentido del olfato! ¡Qué imperiosamente nos mueve a actuar! ¡Cómo nos lanzamos sobre el plato cuando una comida huele que alimenta! y cómo volvemos la cabeza cuando la pestilencia hiere nuestra pituitaria. (¡Joder! el olfato me hace volverme hasta pedante)
Y también he estado pensando sobre eso que se dice de que el ser humano actual casi ha perdido el sentido del olfato. No estoy de acuerdo en absoluto. Yo no creo que hayamos perdido olfato: ¡Es que las cosas ya no huelen! Con tanto hábito higiénico, tanto detergente, tanta campana extractora y tanto desodorante ya no hay quién pille unas moléculas volátiles. Antes uno entraba en una casa y sabía lo que se iba a comer... ahora, como mucho, puedes saber si se usa Don limpio o Ajax pino. Luego, dejan de recoger dos días la basura por una huelga, y la gente se queja del olor... ¡El mundo es así! ¡El mundo debe oler! Te vas a un pueblo y huele a estiércol, el bar a chorizo, vino y tocino rancio... ¡Y los olivares! ¿Habéis olido un olivar? ¡Dios qué placer!
En cambio en las ciudades el olor está vetado. El otro día hubo una alarma química en Londres por el olor a comida picante de un restaurante tailandés. ¡Joder! ¡Lo único que huele a algo en las ciudades son las gasolineras!
Bueno, como decía al principio, fiándome del olfato he comprado la botella. En casa la he enfriado ligeramente y la he probado. Y me ha gustado. Un cosecha del 2006, que ha madurado en la botella, perdiendo algunas notas afrutadas y ganando en matices y suavidad, cosa extraña en un vino joven.
Para los diletantes diré que se trata de "Puente del lago", tinto rioja del 2006, de bodegas Almenar. En nuestra tiendecita está de oferta, por el increíble pecio de 1,99 euros. Supongo que quedarán muy pocas botellas en cualquier parte. Yo que vosotros, si encontraba una, le daba una oportunidad...
Pero no me hagáis caso a mí; hacédselo a vuestra nariz.
1 comentario:
Ya lo dice la Biblia: No alegría espiritual sin el vino.
Et in vino veritas.
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