lunes, 2 de noviembre de 2015

La vergüenza de mi defecto.


Tengo una amiga con síndrome de Down a la que adoro. No descubro nada si os digo que suelen ser personas adorables, lo sabéis. También sabéis que nos enseñan cosas. Las personas diferentes nos enseñan cosas, y cuanto más diferentes, más nos hacen aprender. Sobre nosotros claro, que es sobre lo que nos interrogamos. Queremos saber qué hay de nosotros en un negro, en un tailandés o en María. Porque somos espejos. Nos vemos cuando nos ven, y sentimos que ellos también nos miran con curiosidad.
Volviendo a mi amiga, me gusta conversar con ella. Me gusta pero me resulta difícil sostener su mirada curiosa y limpia. No sé si os pasa. Siento no estar a su altura. Me da vergüenza que me mire y note que ya no soy un espejo limpio, que vea en el reflejo mi fondo turbio. Que adivine que he perdido el niño puro que era. Que estoy sucio y opaco. Sucio comparado con el reflejo claro y nítido de sus ojos. Con la pureza de su mirada de niña.
Lo que llamamos deficiencia en los demás es el reflejo de nuestra debilidad, la vergüenza de nuestro defecto.

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