lunes, 17 de febrero de 2014

Como un libro.

Varias veces en mi vida me han acusado de mentiroso. Y si no de mentiroso, de contar verdades a medias. Cuando explico que no puedo distinguir dónde acaba la verdad o empieza la mentira, de nuevo me tildan de mentiroso. En esas situaciones yo mismo me preocupo, no por sentirme mentiroso, por sentirme muy diferente del resto. No me fío demasiado de los recuerdos: Tu polvazo de aquella noche triunfal puede ser la incomodidad de un borracho sobre una chica. La persona a la que recuerdas con desagrado porque te estabas meando, la dulzura personificada; esa conversación que te hirió solo un amable y necesario poner las cosas en su sitio. Los detalles se funden en el tiempo y cada recuerdo es recordado mutado, con nueva veladura, gris en tus días grises, brillante cuando se suma a la luz de hoy, cada vez más borroso, oxidado como... ¿cómo era la bici que guardabas en el trastero? Mejor no vayas a mirarla.
Y solo se puede mentir sobre lo que se recuerda. La verdad tangible no necesita el respaldo de las palabras; recordar es recrear, contar la verdad es recrearla, osea crear otra nueva. Lo que algunos podrían llamar mentir.
¡Por qué me mientes! Me han dicho también cuando era muy obvio que no lo había contado todo. No mentí, callé porque era necesario. Callé para no ofender al momento.
¿Es que los demás no perciben que hay situaciones en las que un silencio, una mentira si me apuras, son la verdad de ese instante?
No sé, habéis leído libros como yo... ¿Os gustaría que solo contasen la verdad? Yo me expreso a veces como un libro entreabierto.

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