jueves, 9 de enero de 2014

Lo inocentada que no llegué a hacer.

Una historia para creer, o no.

El pasado 28 de Diciembre tenía todo preparado para perpetrar una inocentada que llevaba rumiando varios años. Contaba con  los medios e incluso contaba con los cómplices, pero al final no pudo ser.

En mi ciudad hay una plaza que tiene en su centro una columnata con una escultura representando a un personaje ilustre: El almirante Oquendo.


Como podréis observar por la foto, los donostiarras lo sabéis de sobra, el tipo sujeta una bandera, y porta una espada en la diestra, colocada de una manera que dispara mi imaginación. (Para disparar mi imaginación hace falta bien poco, como muchos saben)
Bueno, al grano: Mi idea siempre ha sido la de colocarle un pollo ensartado en la espada, a modo de brocheta. (Lo de los pimientos cebollas y tal lo barajamos como opcional)
En el pasado no lo hice por falta de medios, oportunidad y decisión. Es cierto que fantaseaba con la idea de vez en cuando, pero lo de trepar su pedestal se me antojaba imposible, no en vano mide unos 10m, y tiene una enorme cornisa bajo la escultura, que desafiaría a cualquier escalador.
¿Cómo escalarla? Ahí estaba el quid de la cuestión porque... ¡Porque no me había planteado que quizás no hiciese falta!
Charlando con un colega, preguntándole, este salió con una ocurrencia: ¿Y si lo hacemos con una escalera muy larga? El tipo imaginó que podíamos ir con una furgoneta, meterla en la plaza, sacar la escalera, si no llegaba ponerla sobre el techo del vehículo, subirnos, clavar el pollo y largarnos echando virutas. Lo de larganos rápido era porque tenemos la intuición de que hacer eso es un delito y tampoco pensábamos quedarnos a averiguarlo.
Tras varias pesquisas descubrimos que no teníamos escalera lo suficientemente larga. Lejos de arredrarnos, concebimos otro plan: Lanzaríamos el pollo.
No somos tan inocentes como para suponer que clavaríamos el bicho en la espada. De hecho ni barajábamos la posibilidad de clavarlo, así que se me ocurrió una variante: Ataríamos dos pollos, cada uno al extremo de una cuerda de metro y medio, y los lanzaríamos en plan "boleadoras" para que se enrrollasen en la espada. No es ni de lejos tan molón como clavar el pollo, pero lo considerábamos viable. También se me ocurrió que los pollos deberían ser congelados, más que nada para aguantar las caídas que se producirían en los lanzamientos. Ni soñabamos con colgarlos a la primera.

Como la idea era colgarlos de madrugada, suponíamos que habría menos mirones, menos vigilancia policial, la tarde del 27 me dispuse a comprar los pollos. Enseguida comprendí un asunto de peso: la suma de los bichos más la cuerda rondaba los 3,600Kg. Albergaba dudas razonables de que pudiera lanzar todo eso 12m para arriba. Tampoco encontré pollos congelados, pero para eso contaba con un colaborador. Un colega los colocó durante unas horas en la cámara frigorífica de su bar.
Con la carga preparada, concertada la hora con el cómplice principal, rondé la plaza un rato observando analíticamente el escenario... y descubrí una amarga verdad: había cámaras en los edificios a cada lado de la escultura. Y también me convencí del asunto principal: jamás lograríamos un lanzamiento de suficiente altura con aquel proyectil.
Llamé a mi colega, charlamos, le expliqué la situación, vino, lo vio de cerca... y acordamos que aquella no sería la noche, y que los pollos y Oquendo podían esperar.
Luego vino la farra y un funeral adecuado para las aves, y así Donosti se quedó sin su inocentada, y yo no pasé una noche en los calabozos.
Y colorín colorado, esta historia tan surrealista ha terminado.

2 comentarios:

Necio Hutopo dijo...

Yo me habría puesto una capucha y habría lanzado pollos de plástico.

Kanif dijo...

¡Fíjate! En nuestro afán por el realismo ni se nos pasó por la cabeza lo de los pollos de plástico, que seguro tendrían un peso proyectable. Con la capucha me temo que nos hubieran detenido igual, ja ajaj a ja
Grcias por la idea, Mario. ¡Para la próxima!