martes, 17 de diciembre de 2013

Trasplantes

Esta mañana, mientras trabajaba, escuchaba en la radio un especial sobre trasplantes de órganos, pues van a organizar un maratón navideño que reacudará fondos para esa causa, en la tele y emisoras del grupo. Hablaban médicos y contaban con testimonios de personas que estaban vivas gracias a un trasplante. Yo simpatizo con esta causa y hace tiempo que me hice una tarjetita, y lo más importante, expresé a mi familia mi voluntad sobre ese asunto, pues al final son ellos los que han de decididir, en caso de que cuando muera mis órganos sirvan para algo.
El problema de la programación de la emisora es que ha sido demasiado monotemática y buenista, y al final he sufrido una sobredosis de buenrollismo y, como soy un poco madafaka, me ha dado por pensar: ¿Y si hemos salvado a algún pedazo de cabrón? ¿ Y si luego el salvado mata a cientos o a miles? ¿Y si hemos subvertido el "orden natural" dándole una segunda oportunidad a alguno que no la merecía? Ya veo a Dios en el cielo gritándo cabreado: ¡Eh! ¡Que había matado a ese porque se lo merecía!
No, en serio. Seguro que está mejor salvar la vida de un enfermo si se puede, pero a mí no deja de quedarme un cierto resquemor. Y también imagino la responsabilidad que cargas sobre la espalda del trasplantado. Alguna vez he oído: "Te hemos dado una segunda oportunidad, a ver qué haces con tu vida" Creo que frases como estas deberían evitarse pero, en el fondo, no deja de ser así: esa persona hubiera muerto si no se pone en marcha una enorme infraestructura que va más allá de la medicina, y que tiene un gran coste de dinero y esfuerzo. ¿Cómo devuelve una persona eso a la sociedad? ¿Debe sentirse en deuda? No sé, esas cuestiones a mí me abruman.
De entre los testimonios de las personas trasplantadas, todas ellas manifestaban agradecimiento como no podia ser de otra manera, destacaría el de una mujer que decía haberse sentido "un poco cuervo" mientras esperaba que llegase su órgano, pues otra persona debía de morir para que ella viviera.
Para terminar, a ver si podéis responderme a este dilema: ¿Quién merece más un nuevo hígado? ¿La persona que se lo ha destrozado bebiendo pero era la alegría del barrio, o el banquero que ha hecho vida sana pero deja a personas sin casa?

5 comentarios:

guille viglione dijo...

1. No sé responderte, kanif.de todas formas, creo que cuando donas algo lo das sin hacer preguntas. Desde el momento en que lo donas no es tuyo y por tanto, no puedes juzgar al receptor.
2. Nu suelo juzgar nuestro propio trabajo pero, en este caso, hago una excepción. Creo que la campaña de tv ha quedado muy bien y cuenta las donaciones desde un punto menos dramático de lo habitual.

Iñaki Murua dijo...

Difíciles son las dicotomías, los blancos y negros, pero iría en favor de quien haya hecho el bien a los demás, aunque no haya hecho tanto caso a su cuerpo.

De todos modos, las preguntas que lanzas antes supongo que todos nos las hacemos, incluso quienes no tenemos duda que queremos que se aproveche todo lo que se pueda de nosotros.

Kanif dijo...

El asunto Guille, es que la donación ya empieza a no ser del todo voluntaria, pues hay mucha presión social para que se haga. De la campaña de la tele no sé, porque no la he visto. En la radio, como digo, se podía sufir una sobredosis de buen rollo, por sobreexposición.

Giusseppe dijo...

Tal como apunta Guille, una vez donado algo, ya no es tuyo y no te corresponde juzgar al receptor. Hay veces que no conviene mezclar o conectar demasiado las cosas.

Personalmente, también donante, no entiendo que no sea una condición a priori. Es decir, deberíamos ser seres que devolviésemos a la sociedad lo que se pueda aprovechar de nosotros.

De hecho, tardé mucho en "hacerme" donante porque era algo que me repugnaba: Lo era de manera natural, pero parece ser que la religión o algún uso incomprensiblemente sacralizante del cuerpo en descomposición estaba siendo antepuesto a las necesidades sociales. Para mí, hacerme donante implicaba aceptar la existencia de ese uso, irrespetuoso con el medio ambiente, con la deuda social, con la solidaridad, con la empatía...

Pero, por otro lado, como dices, en última instancia solo puedo confiar en que mis deseos se respeten después de muerto... y no creo que pueda volver para imponerlos... yo no soy Franco!

Shatik 1-3 dijo...

Lo bueno de la donación es que nos permite "ponernos en el lugar de otro" (lo que se ha dado en llamar empatía) y no solo porque un cachito de nuestro cuerpo vaya a parar a otro. Efectivamente, lo mejor en este mundo es darnos cuenta que quizá nuestros criterios éticos con el que miramos y juzgamos el mundo desde detrás de nuestro monóculo puede estar errado. Vista desde esta perspectiva, la donación implica (o debería) conceder a otra persona la potestad para ser/vivirse/entender el mundo cómo quiera, aunque sea en las antípodas de nuestras coordenadas. Es la mejor cura de humildad porque supone el reconocimiento que quizá estemos equivocados, así que ¿quiénes somos nosotros/as para decidir el estilo de vida de quién reciba algo nuestro?