martes, 3 de diciembre de 2013

Mi patio y la gravedad.

Tengo un patio bajo los tendederos de tres pisos y jamás tendré que comprar pinzas; todos los días cosecho un par. También recojo bragas, calzoncillos, calcetines y otras prendas, que cívicamente devuelvo. Podría hacer un estudio estadístico sobre la ropa que recojo y averiguar qué prendas se caen más. Confiando sólo en mi frágil memoria, ya os adelanto que lo que más se cae son bragas, luego calcetines y después toda una gama de ropa de pequeño formato. Nunca caen sábanas ni toallas grandes y lo considero lógico, pues su gran tamaño y la forma habitual que tenemos de colgarlas, doblándolas sobre la cuerda, hace mucho más difícil que se escurran al quitarles las pinzas. Lo de las bragas lo atribuyo a la frecuencia con que las mujeres se las cambian. Mis vecinos no siempre llaman a mi puerta para reclamar sus prendas, y el sistema que he adoptado por defecto, es el de dejarlas en el portal a la vista, sobre la línea de buzones. Sorprendéntemente casi nunca cae una prenda muy nueva, siempre son piezas bastante usadas. Yo achaco esto a que cuantas más veces se lava y tiende a secar una prenda más posibilidades tiene de caerse, y a que prestamos más atención al recoger una prenda recién comprada, pues todavía nos estimula la emoción de la novedad. Pocas veces estoy presente en el momento en que una prenda cae. Alguna vez sí ha ocurrido y hemos acordado la manera de devolverla, y alguna otra vez han cerrado la ventana apresuradamente sin hacerlo, y yo lo achaco a la simple vergüenza. En una ocasión, estando yo presente, se le cayó un pañuelo a la anciana que tiene su ventana sobre el patio de mi derecha, aunque el azar y los principios aerodinámicos hicieron que aterrizara sobre el mío. La forma de recogerlo fue la más original hasta la fecha pues, tras aleccionarme sobre su uso, me lanzó un cabo con un pequeño gancho para izarla. También encuentro colillas, basura de pequeño formato y unas servilletas de papel verde claro, a menudo con manchas de tomate, que no caen solas sino que alguien las arroja. Pero eso no me hace odiar a mis vecinos, pues dada la fuerza de la gravedad, la impenetrabilidad de la materia a esa escala y el espíritu de rebeldía humano, no podría ser de otra forma.

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