-¡Ya! ¡Pero tengo la casa como una patena!
-Sí, eso sí.
Yo antes era creativo; estaba desequilibrado, sí, pero era creativo. A menudo me sentía excitado y al poco decaído, me irritaba fácilmente, dormía mal... pero tenia muchas ideas; y entre tantas algunas merecían la pena. ¿Soy el único al que se le dispara la creatividad con el insomnio?
Ya he contado que he hecho algunas modificaciones en mi dieta y en mi conducta y ahora digiero mejor, duermo mucho mejor, y me siento más equilibrado... pero menos creativo... también puede ser una racha, no lo descarto... o todos esos libros que estoy leyendo, (por si alguno está tan desactualizado como yo, recomiendo vivamente "La misteriosa llama de la reina Loana" de Eco y el cómic "Persépolis" de Marjane Satrapi) más los videojuegos y el marujeo que no me dejan tiempo... lo cierto es que no hago literatura creativa desde hace tiempo.
Pero tengo por ahí cosas guardadas, cosas inéditas que me apetece mostrar... así que no os vais a librar tan fácilmente.
Claudio se sentaba siempre en el mismo taburete, al fondo del bar. Llegaba a eso de las diez de la mañana y si su sitio no estaba libre, se acodaba en la barra y pedía su cortado mientras esperaba a que lo estuviese. El taburete era de aquellos giratorios, con una columna de metal atornillada al suelo y un asiento acolchado de cuero negro. Claudio decía que aquel era exactamente de su medida, así que nunca se sentaba en otro. Una vez acomodado tomaba el periódico del bar, que colgaba con su percha de madera en aquella esquina, y lo leía tranquilamente. Luego solía comentar las noticias con Miguel el barman, o alguno de los habituales, y siempre comparaba la actualidad con algún aspecto similar en los hechos de la antigua Roma. Esto, unido a su edad y modales educados, hacía sospechar a todos que se trataba de un profesor de historia jubilado o incluso un doctor en la materia, pero nadie, ni siquiera Miguel, había conseguido averiguarlo. Siempre que le preguntaban, él desviaba hábilmente la conversación y acababa hablando de Roma. Así habían pasado los últimos tres años y los parroquianos sabían de la república y el imperio, de Cesar y Pompeyo, del divino Augusto, de legiones y gladiadores, de patricios y plebeyos, pero ignoraban incluso el apellido de Claudio.
Cuando aquellos dos chicos entraron en el bar, Miguel, con su experiencia de veintitantos años tras la barra, ya intuyó el peligro. Observó cómo se fijaban en la chica del rincón antes de pedir sus cubatas, olió su aliento y vio sus ojos turbios cuando se dirigieron a él, y simuló tranquilidad, deseando que no pasase nada. La noche había sido de farra por las fiestas de la ciudad y aquellos dos, evidentemente, aún no se habían acostado. Los muchachos bebieron, bromearon, hablaron demasiado alto y uno de ellos se acercó a la mesa de la chica que, de espaldas a él, leía concentrada. El muchacho se colocó un cigarrillo en la comisura de sus labios y se agachó hacia la chica. Ella se sobresaltó y apartó la cabeza.
-Sólo te iba a pedir fuego tía, no te asustes- masculló el gallito.
-Lo siento, no tengo- dijo ella. Él volvió a acercar su cara a la de la chica y farfulló.
-Vale… y, ¿te quieres tomar algo con nosotros?
-No, gracias...- respondió ella incómoda.
-Venga tía, te invitamos a lo que quieras.
-No, gracias. Ya me he tomado un café.
-Venga tía enróllate, que no pasa nada.- Insistió el muchacho. La chica bajó la cabeza
Entonces el gallito tomó del brazo a la chica y comenzó a tirar de ella mientras decía:
-Ven con nosotros a la barra, tía, que lo vas a pasar muy bien...- En ese momento se escuchó clara y firme la voz de Claudio:
-La chica ya te ha dicho que no quiere nada. Déjala en paz.
El gallito se volvió, observó un segundo a Claudio y dijo despectivamente:
-Tú no te metas, viejo.
Claudio se levantó del taburete y afirmó rotundo:
-Te he dicho que la dejes en paz.- Los parroquianos guardaban silencio petrificados. El muchacho que permanecía en la barra terció:
-Mira, viejo… No te metas en líos...
-Suéltala- gritó Claudio.
-Viejo, te la estás buscado...- dijo el gallito. Soltó a la muchacha y se dirigió hacia Claudio. Cuando llegó, Claudio le propinó un rapidísimo y sonoro bofetón que le hizo perder el equilibrio y retroceder unos pasos.
La chica y los parroquianos se retiraron hacia el otro extremo del bar. Alguno, cercano a la puerta, aprovechó para huir apresuradamente.
El muchacho se irguió encolerizado, llevó su mano a un bolsillo, extrajo una navaja y tras abrirla gritó: -Cabrón! ¡Ahora sí que te la has buscado!
Su compañero de la barra le secundó abriendo su respectiva navaja.
Al día siguiente Miguel les enseñó el periódico a todos. Contaba la historia de cómo un anciano se había enfrentado a dos jóvenes con navajas, armado tan solo con un periódico enrollado y un taburete a modo de escudo. Cómo los había desarmado y retenido hasta que llegó la policía. Era la historia del combate que libró Claudio en su bar. Seguía contando que el anciano había formado parte de un circo poco común que ofrecía un espectáculo ambulante de gladiadores: "El fabuloso circo romano". Que allí se había entrenado en el arte de la lucha y tenía una experiencia de treinta años de oficio. Los parroquianos leían atónitos. Nunca hubiesen sospechado algo así. Terminaba diciendo que el anciano evolucionaba favorablemente en el hospital, y que pronto sería dado de alta.
Tras el revuelo de los primeros días el bar estuvo silencioso, como si los habituales y el propio Miguel se hubieran sumido en un proceso de reflexión. Supieron por algún informante que Claudio había salido del hospital. Esperaron ansiosos su regreso pero los días fueron pasando y él nunca volvió. Su taburete vacío mostraba el rasguño del navajazo. Miguel lo desmontó y lo colgó de la pared, al fondo de la barra, sobre el sitio que Claudio siempre ocupaba. Destornilló la columna y aquel lugar quedó sin asiento.
Algunos comentaron que les parecía un homenaje extraño. Claudio les hubiera dicho que no lo era tanto; que, por ejemplo, a los gladiadores veteranos, cuando se les eximía del servicio, se les homenajeaba entregándoles una espada de madera... o que la corona de un emperador era de simple laurel... que el signo de distinción de un noble era una simple tela blanca enrollada sobre su cuerpo... Seguramente Claudio les hubiese contado algo así.
5 comentarios:
Kanif, me pasa exactamente lo mismo que a ti, si duermo más de 6 horas me quedo sin ninguna idea. Me pongo a escribir un post y no se me ocurre absolutamente nada.
Llevo una semana así, y mira que me jode! Supongo que todo el mundo tiene un estado en el que es más creativo, y cuando lo cambia se queda seco. Mira por ejemplo los cantantes que dejan las drogas, la mayoría terminan ahí su carrera (como echo de menos a Fito Cabrales en sus buenos tiempos, coño)
¡Eh! Uno de mi cuerda. ¡Que alegría!
¡Venga, atreveos, que seguro que somos muchos!
Wow... Esto está mejor que lo de la radio... Y eso ya es decir...
Ahora que debo confesar mi falta; cuando lo leía no pude evitar pensar... Y bueno, ya tenemos la novena reedicuión del Judio Errante o del Olvidado... Sino aparece Longinuspor aquí ya la llevamos de gane... Me equivocaba de pe a pa... Mis más sinceras congratulaciones
La copia era imposible pues no conozco esa obra que mencionas, Hutopo; a veces la incultura es una ventaja. ;-)
Ah, y no es tan bueno, no.
Hiper/Kanif: tú que eres amante del Tubo, como yo, busca los vídeos de El NIñato del metro de Valencia. Ése sí es un Claudio...
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