jueves, 29 de noviembre de 2007

Tres años llamando a la radio.

(Hoy he estado todo el día de aquí para allá con el asunto del montaje de la exposición que ya conocéis y estoy reventao. Prometo fotitos en cuanto pueda... ¡Vais a flipar!
Ahora os dejo otra entrega de mi magna obra, que me cubre los huecos cuando mis fuerzas no llegan. Agur.)


Cap. 6
Fuera de onda. (conclusión)

Otras intervenciones fuera de onda tienen respuesta más rápida. Yo tengo un ordenador con conexión a internet –con él he escrito esto-; los programas de Radio Euskadi tienen dirección de correo electrónico y suelen proponer a los oyentes opciones de participación mediante ese medio; sólo era cuestión de tiempo que acabase enviándoles algún e-mail.

Sucedió una tarde tras escuchar la sección de literatura que Enrique Martín tiene en Graffiti. Resulta que pensaban realizar un concurso de relatos breves –micro-relatos de no más de 15 líneas- y pedían que los interesados se los hiciesen llegar, con la promesa de leer los seleccionados en antena y premiarlos con un lote de libros. Yo suelo escribir relatos, algunos muy breves, y me pareció una oportunidad fantástica para probar un concurso nuevo. Sobre todo me seducía la idea de escucharlos en la radio, leídos por otras voces. Les envié un par de ellos, con un e-mail en el que me presentaba y les agradecía la idea y esperé. Luego ocurrió que me perdí un par de programas –la sección sólo se emitía los jueves a partir de las 5:30- y ya no podía precisar si había comenzado la lectura de los relatos, o siquiera el concurso seguía en pie, así que les envié otro e-mail preguntándoselo. Me respondieron diciendo que el concurso seguía en marcha y que, precisamente, ese jueves leerían uno mío. Esta agradable sorpresa me mantuvo en vilo toda la semana. La hora de emisión me pillaría en la calle, así que tomé un pequeño transistor sin auriculares y, para no perder el hilo del programa, me pasé media tarde arrimándolo a mi oreja mientras atendía mis asuntos, como aquellos señores de mi infancia que paseaban con sus mujeres escuchando “Carrusel deportivo”. Llegó el momento, me senté en un banco y una voz femenina leyó lo siguiente:


La soledad es ese perro que aúlla en la ventana del patio de una casa en alquiler que nunca será tuya, mientras te tomas un café soluble en la cocina. Mientras se te hace tarde. Porque tienes que salir a buscar al niño y ya es tarde. Y sabes que ahí fuera hace un frío que pela, un frío que corta la piel, que te seca la piel entorno a la nariz y en ese bulto de la oreja que está sobre el lóbulo, al que nadie se ha molestado en poner nombre. Ese bulto que te estás frotando con el pulgar y que ya no sientes, que no reconoces como tuyo porque está áspero como papel de lija. Y vuelves al café y el calor del vaso te conforta, pero el sabor no; sabe metálico, a moneda, a cristal roto. Y te prometes que el siguiente será un buen café expres de cafetería, aunque sea caro. Aunque haya subido un sesenta por ciento en un año y ya sólo te puedas tomar uno al día. Y tiras el resto del café soluble por la fregadera y te pones el abrigo porque ya es tarde, y al meter la mano en el bolsillo para buscarlas, las llaves se cuelan hasta el forro por un agujero. Eso es la tristeza: un agujero en el bolsillo de un abrigo raído. Un agujero que se ha ido haciendo grande, por el que se cuela todo hasta lo más profundo.


No pude evitar un estremecimiento al oírlo, como siempre me ha ocurrido cuando otra persona lee en voz alta algo que yo he escrito. Al terminar los miembros de graffiti agradecieron mi participación, Natalia dijo algo sobre el agujero que también dejaba en su ánimo el relato, y prometieron enviarme un par de libros, promesa que cumplieron.


Yo seguí escuchando esta sección en semanas posteriores, me fui calentando con los relatos que oía y, ya sabéis cómo soy; me cuesta contenerme. Había escrito otro micro-relato, estaba encantado con el resultado y decidí enviarlo. Pero como sentía vergüenza de ser tan pesado, lo envié desde la dirección que compartimos mi mujer y yo, que curiosamente lleva su nombre, omitiendo el mío. ¿Mezquino? Bueno, según cómo se mire. Técnicamente no es mentir... además estaba convirtiendo en autora a mi mujer... Vale, lo reconozco: ¡No sé qué demonios se me pasó por la cabeza! El caso es que debió de gustar porque el jueves de esa misma semana pongo la radio y escucho:


Cuando el bufón da la salida el motorista vuela unos segundos por el ímpetu de su salto. Una pareja de impecable gala baila ensimismada, mientras la jovencísima acróbata se mantiene con gracia sobre el alambre; la oca nada tranquila en las mansas aguas de río que nos conducen al puente. Una pareja de turistas, de llamativas camisas, nos observan con gesto miope mientras el velero parte buscando el horizonte. Otra oca no se decide a entrar en el agua. Un gatito juega con una madeja mientras a su espalda observamos un inquietante rayo, que no altera a nuestro elegante y erguido gentleman del monóculo. El esqueleto metálico de un puente reluce a plena luz del día observado con melancolía por el arlequín que toca el banjo. El blanco plumaje de otra oca contrasta con la oscuridad del pajar mientras un fornido jugador del Barça posa indolente pisando el balón. Una rubita gemela de la acróbata gira en su triciclo mientras otro pequeñajo observa a un borracho charlatán. Saliendo del cañaveral, dos ocas nadan buscando aguas más abiertas. Un posadero de aspecto italiano despide a la familia del descapotable y la muchachita de ajustadísima ropa deportiva nos muestra su esbeltez mientras realiza el saque de voleibol con un balón que se ha convertido en el número de la casilla 20. Realmente creo que quien dibujó el juego de la oca era un genio del surrealismo.


¡Era mi relato! Me estremecí de nuevo. Luego Iñaki Espiga, un poco mosca, dijo que lo enviaban desde una dirección conocida pero sin firma, así que se lo atribuía a la titular del e-mail, pero con reservas. Más tarde recibí la llamada de mi cuñado, oyente de Radio Euskadi, diciendo que había escuchado el nombre de su hermana como autora de un relato, pero que no parecía su estilo y tenía dudas... vamos, que me había calado. Me expliqué, se rió y dijo que, no obstante, el relato le había gustado. También llamó mi mujer, alegremente enfadada, con la que arreglaría cuentas más tarde... y alguna que otra persona más. Ya veis: se coge antes al mentiroso que al cojo. Sobre todo si el mentiroso lo difunde en un programa de gran audiencia.

Seguí la broma con otro e-mail en el que agradecía a “Graffiti” en nombre de mi mujer –quiero decir, suplantando a mi mujer- la emisión del cuentito y Espiga me respondió diciendo que enviaba un par de libros como premio a “nuestra dedicación” Me hizo sentir un poco como el matrimonio Curie. Luego llegaron los libros acompañados de una tarjetita en la que todavía se manifestaban dudas sobre el destinatario del premio y aquello me hizo sentir un poco culpable. Aún ahora me siento culpable. Y quería confesarme públicamente. De hecho he escrito todo este capítulo para hacerlo. Si me apuran todo este libro. Fui yo las dos veces, Iñaki. Lo siento. Te pido disculpas. También siento haber suplantado una personalidad electrónica. No lo volveré a hacer. Y siento haber contado un chiste tan soez y ofensivo para la nación China. Y llamar calvito al metrosexual de EITB... que seguro que se presentó pero yo no recuerdo su nombre... ¡En fin! Lo siento. Se me fue la olla. Estaba fuera de onda.


5 comentarios:

Necio Hutopo dijo...

Y mira que hay quienes para disculparse se conforman con mandar una caja de chocolates...

Ahora, seguro, te exigen devolver los libros y disculparte públicamente con la nación china en la Plaza Tiang An Men...

jose.etxeberria dijo...

Si me pagan el viaje a china ¡ni tan mal!

Anónimo dijo...

Lo que sigo sin saber es si, cuando tu señora salió en el Fórum, los de producción lo sabían...

Kanif Beruna dijo...

No lo sabían; luego fliparon. Simplemente pidieron a la universidad a la mejor que tuvieran y... ¡Claro!

Anónimo dijo...

kk